Cada 17 de octubre, al caer la tarde en la villa conocida como Villa La Paz —heredera de la tradición de los colonos valdenses de Piamonte—, centenares de personas se reúnen para la salida de las antorchas. Esta localidad del departamento de Colonia, que celebró en 2025 su 167.º aniversario, recupera una costumbre nacida poco después de su fundación, en 1858, cuando los inmigrantes encendían fogones como símbolo de memoria y pertenencia.
La ceremonia comienza con el repique de las campanas de las iglesias evangélica y católica, preludio de una procesión de luz silenciosa que recorre las calles empedradas de La Paz. Cada participante —sitio, vecino, visitante— sostiene un fuego propio: una antorcha encendida que avanza al ritmo pausado, sin discursos, sin aplausos, como si fuera un único gesto colectivo.
La tradición recuerda aquella noche de candelas en los valles de Piamonte, donde hace más de un siglo los valdenses bajaban con antorchas encendidas para anunciar su libertad de pensamiento. En La Paz, aquella memoria se transformó en ritual citadino en la conmemoración de su centenario, en 1958, y desde entonces ha continuado de forma ininterrumpida como la “Noche de las Antorchas”.
Cuando la columna luminosa alcanza la plaza Doroteo García, se enclava un gran fogón que deviene emblemático: allí se detiene la marcha; algunos depositan flores al monumento al colono, otros se abrazan, algunos observan el fuego que se eleva y consume lentamente la leña, como devolviendo al pasado lo que fue traído al presente. Luego, sin más formalidades, la gente se dispersa. Una vela se apaga, otra chisporrotea hasta extinguirse, las manos quedan impregnadas de hollín, los pasos vuelven al hogar.
La Asociación de festejos de La Paz, junto con la Intendencia de Colonia y otros organismos locales, declara ese evento de interés departamental y nacional, rescatando el valor patrimonial de la costumbre. En un país donde las celebraciones muchas veces pierden el pulso original, esta vigilia de luz se mantiene como signo de identidad y continuidad.
Porque lo hace sin estridencia, sin escenario y sin marketing. Menos espectáculo, más paso firme. Más llama que ornamental, más marcha que desfile. Y en esa solemnidad tácita está su fuerza.
La noche de las antorchas recuerda que, a pesar del tránsito rápido de la vida moderna, hay rituales que no se extinguen — y que sostienen el vínculo de una comunidad con sus raíces, con la tierra que labraron, con la historia que heredaron. En La Paz, el fuego vuelve cada octubre, tan sencillo como esencial.



























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