¿Y tú crees que con un discursito le vas a cambiar la vida a alguien?
Platón, Gorgias
En esta frase, atribuida al diálogo Gorgias de Platón, hay algo más que ironía. Hay una pregunta antigua que sigue siendo urgente: ¿puede una palabra, dicha en el momento justo, abrir una grieta en la costumbre, en la rutina, en la forma de habitar un lugar? ¿Puede el lenguaje hacer visible lo que está naturalizado?
Pensar Carmelo, entonces, no es simplemente imaginar su futuro, sino detenerse en su presente. Observarla con pausa. Escuchar lo que se dice en las calles, en las colas del súper, en la radio de la mañana. Y también notar lo que no se dice. Pensar la ciudad no es tarea exclusiva de autoridades ni de técnicos. Es un gesto colectivo, casi íntimo, que empieza cuando alguien, sin necesidad de un gran discurso, se pregunta cómo estamos viviendo y por qué.
Byung-Chul Han habla de la necesidad de recuperar el silencio, de salir del ruido de la productividad, de volver al pensamiento que no busca resultados inmediatos. Carmelo, con su ritmo sereno, su vínculo con el río y sus calles caminables, tiene el paisaje perfecto para ese tipo de pensamiento lento. Es una ciudad que, si se la habita con atención, invita a pensarla.
No se trata de grandes planes ni de estrategias de marketing. Pensar Carmelo es pensar en su gente, en sus tiempos, en su manera de conversar. En cómo la plaza se vuelve lugar de encuentro, en cómo el río organiza los días, en cómo la memoria circula entre relatos. Pensar Carmelo es preguntarse qué necesita cuidar, qué quiere recordar, qué está dispuesta a transformar.
Tal vez por eso esa frase de Platón resuena hoy, acá, entre nosotros. Porque no se necesita un gran discursito para cambiar una vida. A veces basta con una conversación verdadera, una mirada atenta, una palabra dicha con sentido. Pensar Carmelo es eso: atreverse a decir lo necesario, en el momento justo.
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