María de Lima (Partido Nacional) y Nicolás Viera (Frente Amplio) anunciaron un debate en el marco de las elecciones departamentales en Colonia. Pero antes de que empiece, ya deja una pregunta incómoda flotando: ¿qué se debate cuando se dice que habrá un debate?
Más que el gesto cívico que implica ver a dos candidatos cara a cara, lo que llamó la atención fue cómo se comunicó este evento. El anuncio salió desde uno de los comandos de campaña y fue replicado por algunos medios —sin aclarar quién organiza, ni bajo qué reglas se desarrollará, ni quiénes están invitados a cubrirlo. Es decir, más que una instancia democrática, se parece a una jugada de marketing político.
Un escenario para ser visto, no discutido
En el fondo, parece que el debate importa menos por lo que se va a decir y más por el hecho de que se diga que se va a decir algo. En vez de un intercambio de ideas, lo que se está armando es una escenografía: algo visual, compartible en redes, pensado más como imagen que como sustancia.
Y si el debate se anuncia desde una sola campaña, si se eligen ciertos medios y se omiten otros, si se pone fecha sin reglas claras ni organizadores neutrales, lo que hay no es apertura, sino control del escenario. La transparencia se vuelve parte del show, no una práctica real.
Más guion que contenido
Hoy, los comandos de campaña no solo planean actos políticos: escriben guiones. Cada anuncio, cada hashtag (#ColoniaDebate2025), cada filtro de Instagram es parte de un relato más grande. Como decía el pensador Franco «Bifo» Berardi, vivimos tiempos en que la política se transmite más por emociones, imágenes y velocidad, que por argumentos.
Y así, el debate ya no es un espacio para confrontar ideas, sino una estrategia para ganar visibilidad. Posiciona, legitima, define jerarquías. Todo antes de que nadie diga una palabra.
Lo simbólico reemplaza a lo real
El filósofo Jean Baudrillard lo hubiera resumido así: en la política de hoy, lo simbólico reemplaza a lo real. Un debate anunciado —aunque todavía sin reglas, sin organización clara, sin garantías— ya cumple su función. Ya existe como marca. Como espectáculo.
¿Y la ciudadanía? Mira desde afuera. No para participar del debate, sino para validar la escena con su atención. Quienes no fueron invitados —otros medios, voces disidentes— quedan excluidos, observando un show donde ya se sabe quién habla, quién reparte el sentido y quién aplaude.
No se discute
La política actual ya no discute solamente propuestas. Discute quién tiene el control del relato. Y en este nuevo mapa, los equipos de campaña se parecen más a productores de televisión que a representantes ciudadanos.
El verdadero desafío democrático no es solo que haya debates. Es que esos debates se den con reglas claras, participación amplia y sin que el guion esté escrito antes de que empiece el diálogo.
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