En Carmelo, una ciudad acostumbrada al murmullo antes que al bullicio político, hay 17 personas dispuestas a ser alcalde. No es un error tipográfico: diecisiete. El dato sorprende, no por la cantidad en sí —vivimos en tiempos de multiplicidad—, sino por el contraste: esa cifra desborda una sala que durante años fue, con suerte, ocupada por sus cinco concejales y algún curioso ocasional.
En un Municipio históricamente desconectado de la ciudadanía, sin una cultura de seguimiento a las Rendiciones de Cuentas ni sesiones abiertas al debate público, la pregunta es inevitable: ¿por qué ahora? ¿Por qué tantos? ¿Qué lleva a personas que jamás se sentaron a ver y escuchar una sesión, ni pidieron la palabra durante una discusión de presupuesto, a querer conducir el barco municipal?
El atractivo de un cargo… sin presencia
La explicación no es sencilla, pero hay elementos que ayudan a entender este fenómeno. Por un lado, el sistema político ha empezado a descentralizar poder real hacia los gobiernos locales. Los literales con nombres técnicos, pero con dinero concreto detrás— permiten al alcalde definir prioridades en obras, convenios, apoyos a instituciones sociales, deportivas o culturales. Es decir: se pueden mover recursos, aunque limitados. Para quien busca poder simbólico o territorial, ser alcalde puede ser más que una anécdota en una boleta.
Por otro lado, la baja participación previa crea una oportunidad: ocupar un espacio que nadie parecía reclamar. Pero también una trampa: querer gobernar sin conocer. El Municipio no es un eslogan. Es un organismo administrativo y político, con procedimientos, obligaciones legales, y sobre todo, una cotidianidad marcada por pedidos vecinales, reclamos de instituciones, tensión entre lo que se promete y lo que se puede hacer.
Una institucionalidad con más papeles que participación
Las sesiones municipales no se transmiten, no se resumen, y no cuentan con archivos públicos visibles. No hay “canal parlamentario” local, ni boletines que informen de forma clara qué se vota, qué se aprueba, cómo se gestiona. La distancia entre los elegidos y los ciudadanos ha sido casi estructural.
Esa ausencia de comunicación y transparencia fue señalada por muy pocos que ya no están en estos temas. Sin información accesible, no hay formación de criterio ciudadano. Y sin criterio ciudadano, no hay exigencia democrática.
El problema es circular: no hay público porque no hay información; no hay información porque no hay público; y, como corolario, los políticos locales pueden evitar el escrutinio sin consecuencias visibles.
Entre la oportunidad y el desconocimiento
Muchos de los nuevos candidatos no han participado nunca de una sesión. Algunos incluso militan en partidos que jamás pisaron el Municipio. Literalmente. Esto no es sólo una anécdota, sino un dato revelador sobre el tipo de vínculo que se propone: sin entender el funcionamiento básico del órgano que se pretende liderar, sin saber qué significa presentar una moción, sin experiencia en los procedimientos administrativos que rigen los fondos, ¿cómo se articula un proyecto de gestión real?
El conocimiento técnico no es lo único necesario —también hace falta sensibilidad territorial, liderazgo y escucha—, pero sin comprender la herramienta, se corre el riesgo de repetir diagnósticos sin propuestas viables. El Municipio no es solo una foto en campaña, es un entramado que incluye funcionarios, vecinos, planillas, decretos, convenios, contratos, control presupuestal y política territorial.
¿Continuidad democrática o un salto en falso?
La pregunta entonces no es si hay 17 candidatos, sino cuántos de ellos están dispuestos a transformar esa voluntad en presencia, en trabajo, en conocimiento de los mecanismos públicos. Porque el riesgo no está en que haya muchos nombres, sino en que la ciudadanía vuelva a elegir sin tener con qué comparar, sin saber qué hace un concejal, qué vota, qué controla.
La continuidad democrática se da cuando hay rendición de cuentas, cuando hay prensa que cubre y cuestiona, cuando hay vecinos que preguntan y demandan. En Carmelo, esa continuidad ha sido, hasta ahora, más silenciosa que viva. Esta elección podría ser una oportunidad para revertir esa lógica. Pero para eso, antes que slogans, hacen falta gestos concretos: ir al Municipio, leer las actas, escuchar los reclamos, entender los literales y construir propuestas que partan de lo que ya existe.
Porque gobernar no es improvisar. Y en Carmelo, la política no puede seguir entrando a una sala vacía.
Comentarios