De la Redacción de Carmelo Portal
Hay ciudades que se pliegan al tiempo como un pañuelo olvidado en el bolsillo de un viejo abrigo. Hay otras que resisten, que se afirman, que cada tanto se miran en el río como en un espejo y preguntan: «¿quién soy?»
Carmelo cumple 209 años el 12 de febrero y, si pudiera hablar, no lo haría con palabras sino con el eco de todos los pies que la han pisado, con la vibración de cada paso dado en su suelo de tierra y asfalto, con el roce de las copas en las esquinas y la risa del que ve llegar un barco y siente, en el pecho, un leve latido de aventura.
Por sus calles pasaron todos: los que fundaron y los que se marcharon. Los que llegaron con la fe intacta y los que partieron con la nostalgia a cuestas. Los que nunca miraron atrás y los que hicieron de estas veredas su reino, su casa, su eternidad. Hubo quienes dejaron su huella en piedra, en madera, en papel. Hubo quienes se disolvieron en el olvido, como si nunca hubieran estado aquí.
Si se pudiera apilar cada conversación que se tuvo en Carmelo desde 1816, se alzaría una torre de voces capaz de tocar las nubes. Palabras de amor en una esquina, promesas rotas en una mesa de café, discursos encendidos en las plazas, rezos en las iglesias, silencios en las madrugadas. Si se pudiera reunir todos los llantos, sería un río distinto al de Las Vacas, uno que habría arrastrado duelos de guerras, de despedidas, de naufragios. Si se juntaran todas las risas, habría un eco de fiestas interminables, de goles en la arena, de brindis con vino, de canciones a la luz de una fogata.
En 209 años, Carmelo ha sido frontera y refugio. Ha sido testigo de balas y de flores, de luchas y abrazos. Ha visto pasar barcos y trenes, generaciones enteras con el sueño de quedarse y la urgencia de irse. Ha visto cambiar su piel de adoquines y faroles, de tranvías y lanchas, de cartas y telegramas a pantallas y clics fugaces.
Si hoy Carmelo pudiera mirar 209 años hacia adelante, se preguntaría si en ese tiempo seguirá sonando el silbido de un árbitro en una cancha de tierra, si aún habrá niños corriendo tras una pelota, si las bodegas seguirán madurando uvas bajo el mismo cielo. Si la plaza seguirá recibiendo la sombra de los mismos árboles. Si los que vengan después recordarán los nombres de quienes hicieron de este rincón de Colonia un latido vivo, un punto en el mapa donde la historia sigue escribiéndose a fuego lento.
Carmelo cumple 209 años. Y aquí sigue. Como un susurro entre los árboles, como una postal que no se borra, como un puerto que siempre espera.
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