Por las calles de Carmelo, donde el invierno no perdona, los relatos de pobreza estructural se entretejen con gestos silenciosos de solidaridad. Allí, donde muchas veces lo social queda oculto tras estadísticas o políticas públicas de escasa articulación, emergen nombres, rostros e historias.
Familias sin abrigo, adultos mayores solos, adolescentes sin oportunidades. No hay cifras oficiales que expliquen el dolor íntimo de quien no tiene qué comer o dónde dormir.
En ese escenario, colectivos como Ropero Solidario y Moldeando el Futuro despliegan una red de contención desde abajo, tejida con manos que abrigan, escuchan, organizan.
Son “soldados sociales”, como les llaman algunos, que dan respuestas concretas frente a urgencias inaplazables. Marcela Ríos y Niobe Monteagudo dialogaron con Carmelo Portal desde la trinchera del trabajo comunitario.
A través de sus miradas se revela un Carmelo invisible para muchos.
¿Cómo describen la situación social actual en Carmelo?
Marcela Ríos: Lo que se ve en la calle es apenas una parte. Hay mucha pobreza estructural, historias de vida muy duras. Gente que vive en casas precarias, sin abrigo suficiente, sin cama. La necesidad es enorme, pero también lo es la solidaridad. A veces llega gente que no conocía el proyecto, y cuando ve que existimos, se anima a pedir ayuda. Y también a ofrecerla.
Niobe Monteagudo: Trabajamos en distintos frentes, pero con el mismo espíritu. En el grupo de mujeres tejedoras, por ejemplo, no solo hacemos frazadas: creamos un espacio de encuentro. Muchas de esas mujeres viven solas y el tejido las reúne, las contiene. Lo material es importante, pero lo intangible también: la compañía, el sentirse parte.
¿Cuál es el impacto del frío extremo y la “alerta roja”?
Monteagudo: Lo que molesta es que la atención aparece solo cuando hay una ola de frío. Después, todo desaparece. Pero la gente sigue en situación de calle, sigue sin trabajo, sigue sin red de contención. Nos estamos mintiendo si creemos que esto se soluciona solo con abrir refugios por una semana.
Ríos: Exacto. La alerta es climática, pero la urgencia es social. El Estado actúa de forma cortoplacista. Nosotros trabajamos todo el año. Y muchas veces, con cero apoyo institucional. El Ropero no es solo ropa: es respuesta ante catástrofes, es recurso inmediato cuando hay inundaciones o incendios. Pero no alcanza si lo sostenemos entre pocos.
¿Han cambiado los perfiles de quienes piden ayuda?
Monteagudo: Sí. Hay más problemas de salud mental, de aislamiento. Personas mayores con depresión, jóvenes con consumos problemáticos. Por eso, con otras compañeras psicólogas, estamos desarrollando espacios de escucha. La canasta sola no soluciona. Hay que mirar a la persona entera.
Y no tenemos recursos para eso. A veces ayudamos a alguien a conseguir trabajo, y a la semana abandonan todo. No es solo pobreza económica. Hay desesperanza, desarraigo. Sin contención emocional, sin proyecto de vida, todo se vuelve más difícil.
¿Qué falta para articular mejor con el Estado?
Monteagudo: Falta voluntad. Somos incómodos porque no nos pueden controlar. Pero no somos competencia, somos aliados. Conocemos las historias, tenemos cercanía. Podríamos co-crear políticas públicas, pero ni voz ni voto tenemos. Nos invitan, pero no nos escuchan.
Ríos: En lugar de fortalecer lo que ya existe, se crean nuevos grupos, muchas veces sin rumbo. Hay que pensar antes de dividir más. La solución está en sumar, no en dispersar.
¿Qué les gustaría que no se olvidara después del invierno?
Monteagudo: Que la alerta social es permanente, no estacional. Que la pobreza, el abandono y la salud mental no desaparecen con el clima. Y que hay colectivos trabajando, sin pausa, sosteniendo lo que no debería caer.
Ríos: Que necesitamos apoyo, no solo ropa. Que abrigarse y comer son derechos básicos. Y que nadie debería vivir en el suelo, ni en Carmelo ni en ninguna parte del país.
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