El cónclave ha hablado. El cardenal estadounidense Robert Francis Prevost, de 69 años, fue elegido este jueves como el nuevo líder de la Iglesia católica, tomando el nombre de León XIV. Con este gesto simbólico —rescatando un nombre papal ausente desde 1903—, se inscribe desde el inicio como un pontífice que apuesta por los equilibrios: entre la tradición y la reforma, entre la periferia y el centro, entre la Iglesia de los silencios y la de la escucha.
Prevost no es un desconocido en Roma, pero tampoco fue nunca un protagonista ruidoso. Su nombramiento como Papa número 267 sorprende más por su estilo discreto que por su trayectoria. Desde 2023 era prefecto del Dicasterio para los Obispos —el organismo encargado de seleccionar y nombrar obispos en todo el mundo—, un rol clave en la arquitectura de poder del Vaticano. Fue designado directamente por el Papa Francisco, quien también lo hizo cardenal en tiempo récord, y lo integró al influyente Dicasterio para la Doctrina de la Fe. Desde entonces, su figura ganó peso en los círculos vaticanos más reservados.
Nacido en Chicago en 1955, de raíces agustinas, su formación religiosa se expandió más allá de las aulas. En la década de 1980 fue enviado como misionero al norte del Perú, a la diócesis de Chulucanas. Allí vivió más de una década, en contacto directo con las comunidades rurales, donde aprendió el idioma del pueblo: la cercanía, la paciencia y el compromiso pastoral. Aquella experiencia marcó su visión de Iglesia y lo transformó profundamente.
Tras esa etapa, Prevost fue elegido superior general de los agustinos durante doce años (2001–2013) y más tarde retornó al Perú como obispo de Chiclayo, donde consolidó su perfil de pastor sencillo y formador de líderes locales. Desde allí, Francisco lo llamó a Roma con una consigna clara: que la reforma de la Iglesia no solo se diseñe, sino que se encarne.
Su elección como León XIV representa, para muchos, una continuidad con la línea franciscana: una Iglesia con olor a pueblo, con apertura al diálogo y con voluntad de inclusión. Sin embargo, no ha estado exento de críticas. Algunos sectores conservadores han cuestionado su supuesta “tibieza doctrinal” en torno a temas como el rol de la mujer en la Iglesia y el acompañamiento pastoral a personas LGTBI. Él, fiel a su estilo, nunca ha entrado en esas polémicas. Prefiere la escucha al discurso.
Con mirada afable y voz pausada, el nuevo Papa León XIV se perfila como un pontífice de los puentes más que de las trincheras. Uno que, como Francisco, parece comprender que el poder real no reside en los títulos ni en los protocolos, sino en la capacidad de transformar las estructuras desde dentro.
Comienza una nueva etapa en el Vaticano. Y lo hace con el alma latinoamericana de un agustino nacido en el norte de Estados Unidos, que hace ya muchos años encontró su vocación definitiva entre la pobreza y la fe viva de los pueblos peruanos.
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