Hay un mito recurrente en las redacciones: que el verdadero periodismo ocurre allá, en los grandes centros, donde las decisiones nacionales se cocinan y los hechos tienen eco internacional. Pero basta pasar una mañana entre las calles de Carmelo para entender que el corazón del periodismo late también aquí, donde los rostros son familiares y los silencios dicen tanto como las declaraciones.
Hoy, en el Día del Periodismo, nos toca mirarnos al espejo y preguntarnos: ¿cómo se hace periodismo cuando las distancias son tan cortas, cuando el entrevistado es también el vecino, cuando la denuncia puede tener apellido y compartir banco en la escuela de tus hijos?
La verdad en tiempo de certezas frágiles
Yuval Noah Harari plantea que lo que llamamos «realidad» no es solo un conjunto de hechos, sino también las historias que nos contamos sobre esos hechos. En ese sentido, el periodismo tiene una tarea que trasciende lo informativo: debe ayudar a construir una narrativa común, anclada en hechos verificables pero también en comprensión mutua.
En ciudades pequeñas, esta tarea se vuelve más delicada. El periodista no es un observador distante, sino parte del tejido social que narra. La cercanía no es solo geográfica; es emocional, afectiva, incluso económica. ¿Cómo se escribe sobre lo que duele cuando el dolor está cerca? ¿Cómo se investiga cuando la fuente es también quien te tiende la mano en la feria?
Escuchar como acto político
Hacer periodismo en Carmelo exige volver a las bases: caminar, mirar, preguntar, dudar. Escuchar es la herramienta más poderosa, especialmente cuando no se trata de atrapar una primicia, sino de entender un proceso. Aquí, la agenda no la marca el trending topic, sino el rumor de la calle, el murmullo en la plaza, la queja en voz baja en el supermercado.
Las pequeñas ciudades no necesitan grandes escándalos para tener grandes historias. La realidad de una madre sin acceso a la vivienda, de un joven que quiere estudiar sin tener que irse, de una comunidad que resiste al olvido institucional, es también noticia. Pero solo será narrada si hay alguien que la escuche, la entienda y la devuelva escrita con respeto y claridad.
Periodismo sin espectáculo
En tiempos de posverdad y algoritmos, donde la información se mide en clics y no en consecuencias, el periodismo local se convierte en contracultura. No se trata de competir con la viralidad, sino de resignificar la profundidad. Aquí, la ética no es un slogan; es un escudo cotidiano. Ser periodista en una ciudad como Carmelo es practicar el oficio con humildad: sin show, sin estridencia, sin esconderse.
La vida de los otros… y la nuestra
En su libro Sapiens, Harari afirma que lo que distingue a los humanos es la capacidad de cooperar en masa a través de narraciones compartidas. El periodismo, entonces, es una forma de tejer esas narraciones: de dar sentido a lo que vivimos y conectar las vidas ajenas con la nuestra.
Hacer periodismo aquí es aceptar que la verdad no es una piedra inmóvil, sino un trabajo constante, artesanal, de contraste, contexto y responsabilidad. Es escribir sabiendo que tus palabras tienen eco en la panadería, en el club, en la reunión de padres.
Y, por eso mismo, es más valioso que nunca.
Cerrar el día escribiendo
Hoy, como cada 23 de octubre, los periodistas de Carmelo no celebran con premios ni portadas. Celebran saliendo a la calle con libreta y oído atento. Consciente de que narrar bien es cuidar. Que preguntar con respeto es construir. Que dar voz a quien no la tiene no es caridad, sino justicia.
Porque mientras haya alguien dispuesto a preguntar sin miedo, escribir con honestidad y escuchar sin prejuicio, habrá periodismo. Y Carmelo —esta ciudad que respira historias— seguirá teniendo quién la cuente.



























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