En la costa carmelitana, uno de los destinos turísticos más emblemáticos del litoral uruguayo, el Hotel Casino permanece cerrado desde hace cinco años. Su fachada deteriorada, en plena zona urbana, no solo refleja el abandono edilicio: es también un símbolo elocuente de la desarticulación entre la política pública, el territorio y el relato turístico que la ciudad ha construido durante décadas.
La reciente visita del director nacional de Turismo, Cristian Poss, expuso sin disimulo una verdad incómoda: el Ministerio no tiene aún una idea clara de qué hacer con el edificio. Llegó a “escuchar”, no a proponer. Recorrió el inmueble junto al equipo legal del Ministerio y autoridades locales, pero la reunión —convocada por la alcaldesa saliente— no incluyó a los operadores turísticos de la ciudad. Una omisión que duele y preocupa: Carmelo sigue siendo, al menos en el discurso oficial, una “ciudad turística”.
Un Ministerio que llega sin mapa
La escena es reveladora: en lugar de arribar con un plan, el Estado vino a pedir ideas. Una estrategia que, lejos de ser participativa, termina por evidenciar un vacío de liderazgo. Según confesó el concejal Rodrigo Cócaro, el Ministerio no descartó ninguna opción, pero tampoco presentó alternativas viables. “No hay una línea definida”, resumió el concejal, dejando al descubierto un problema mayor: la política turística nacional parece no saber qué hacer con uno de sus propios emblemas.
El hotel, que alguna vez fue punto de referencia para el ocio, la cultura y la economía local, se ha convertido en una ruina física y simbólica. Un lugar sin función, sin proyecto y sin perspectiva. Y eso, en una ciudad cuyo perfil económico se asienta en el turismo, no es solo un problema de infraestructura: es una amenaza identitaria.
Carmelo, una ciudad sin relato
¿Qué ocurre cuando el edificio más representativo de una ciudad turística queda en estado de abandono? Se erosiona su narrativa, se daña su imagen, se debilita su capacidad de atraer inversión y confianza. El Hotel Casino ya no es un activo en pausa: es un pasivo visible. Una herida urbana que compromete la coherencia del relato territorial. El cartel de “Carmelo, ciudad turística” empieza a parecer un anacronismo.
En esa contradicción se mueve hoy la política local. Desde el gobierno se barajan ideas como transformar el edificio en un centro educativo, pero sin discutir a fondo qué se quiere ser como destino. Si el hotel se convierte en otra cosa, ¿sigue siendo válido definir a Carmelo como ciudad turística? ¿O se trata de una resignación silenciosa frente a la imposibilidad de sostener ese modelo?
De la planificación al retroceso
Autores fundacionales del estudio del turismo, como Walter Hunziker y Kurt Krapf, advirtieron hace casi un siglo que un destino turístico no se sostiene solo con recursos naturales o edificios; requiere planificación, infraestructura activa y coordinación entre actores públicos y privados. Lo que vemos en Carmelo es exactamente lo contrario: una ruptura del sistema funcional del turismo, una pérdida de gobernanza, un territorio desprovisto de dirección.
Desde una mirada más moderna, el enfoque logístico de Thomas Cook —quien entendía el turismo como un sistema integrado de experiencias— también permite leer la situación con nitidez: Carmelo ha perdido la capacidad de ofrecer un circuito coherente. Ya no hay continuidad entre sus atractivos, ya no hay conexión entre discurso institucional y experiencia real. El turista que llega se encuentra con una ciudad que no parece saberse destino.
¿Y ahora qué?
La pregunta clave no es qué hacer con el Hotel Casino Carmelo. Es quién debe decidirlo, bajo qué criterios, con qué objetivos y en función de qué relato de ciudad. No se trata solo de restaurar un edificio, sino de reconstruir un proyecto turístico. Y eso exige más que consultas aisladas o gestos simbólicos. Requiere una política pública con visión, con tiempo y con decisión.
Mientras el Estado llega a preguntar lo que debería saber, Carmelo espera. Espera un plan, una señal, una apuesta que recupere su vocación como ciudad turística. Porque lo que está en juego no es solo un inmueble estatal, sino la continuidad de una identidad y la viabilidad de una economía local.
El Hotel Casino no está vacío por falta de recursos: está vacío por falta de ideas. Y eso, en política turística, es el peor de los abandonos.
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