El ómnibus interdepartamental avanzaba sin sobresaltos por la ruta, cargado de cuerpos cansados, mochilas ajadas y el murmullo perpetuo de los que aún no se resignan al silencio del camino. Pero en la línea invisible donde San José cede terreno al departamento de Colonia, algo rompió la rutina. Un llamado al 911, apenas un susurro de urgencia en la noche: un pasajero, exaltado, perturbaba la paz a bordo.
Cuando los policías del Área de Investigaciones de la Zona Operacional II recibieron el aviso, no hubo margen para la duda. El operativo fue inmediato. El Peaje Cufré, casi siempre un punto de tránsito anodino, se convirtió en el escenario de una detención quirúrgica, sin estridencias pero con precisión. Allí, el vehículo fue interceptado y la figura señalada por los pasajeros quedó bajo la luz blanca y cortante de la sospecha.
Era un hombre joven, 24 años apenas. M.G.M.S., dijeron luego los registros. No ofreció resistencia, pero los nervios eran difíciles de disimular. En la revisión, el hallazgo: 50 gramos de cocaína escondidos entre su ropa. No llevaba equipaje; llevaba un destino escrito en polvo blanco y un arma que no llegó a desenfundar.
La justicia no demoró su paso. La sede judicial de Rosario se encargó de dar forma al expediente. Lo que comenzó como un altercado menor terminó revelando una historia más densa: suministro continuado de estupefacientes y porte de arma de fuego. Dos delitos distintos, cometidos en tiempos distintos, pero que la justicia fundió en un mismo veredicto: reiteración real. Dos años y ocho meses de penitenciaría efectiva. Una cifra que pesa más que el reloj.
No hubo gritos en la sala. Solo el silencio y el sonido seco del mazo que marca el final. Para M.G.M.S., el viaje se detuvo en Cufré. Para la justicia, otra muesca en el combate diario contra el narcotráfico. Y para quienes viajaban aquella noche, un susto que apenas cabe en la crónica, pero que deja eco en los pasillos del recuerdo.
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