En Uruguay, los mapas electorales suelen dibujarse desde el centro. Montevideo, epicentro político y mediático, marca el tono del análisis, impone sus categorías, define sus urgencias.
Sin embargo, esa lógica proyecta sobre el interior un relato homogéneo que borra matices, aplana diferencias y margina preguntas fundamentales: ¿cómo se ejerce la ciudadanía en un departamento como Colonia? ¿Qué sentidos políticos se le atribuyen al voto más allá del porcentaje?
Colonia no es el margen. Es otro centro. Un centro con dinámicas propias, donde la relación con el poder, las promesas y las instituciones opera con otros códigos. Aquí, el vínculo con el Estado no es abstracto ni ideológico: es físico, histórico, territorial. Se construye en la escuela, en la caminería, en el centro de salud, en la UTU, en los vínculos cara a cara con los representantes locales. El voto, entonces, no es apenas una expresión partidaria: es una forma de juzgar la proximidad o la ausencia del Estado en la vida cotidiana.
Esta distancia entre cómo se vive la política en Colonia y cómo se analiza desde Montevideo responde a una falla estructural en la representación y en la interpretación. Giovanni Sartori advirtió que los sistemas políticos tienden a generar categorías que simplifican la complejidad social, y cuando esas categorías se imponen sin mediaciones, producen una “ceguera de enfoque”. Esa ceguera ocurre cuando se piensa al interior como “lo otro” de la capital, en vez de reconocerlo como una forma legítima y plena de ciudadanía.
En Colonia no se vota “contra Montevideo”. Se vota desde otro marco de sentido. Un marco donde pesan las redes familiares, la memoria política local, la reputación del dirigente de cercanía y el rumor que circula en la calle. Donde las alianzas partidarias pueden romperse por un conflicto en la Junta Departamental y donde el nombre del candidato puede ser más importante que su bandera.
Para Montevideo, acostumbrado a una política mediatizada y tecnocrática, estas lógicas resultan difíciles de captar. Porque allí el voto se decodifica por ejes ideológicos, mientras que en Colonia se ancla en el territorio. Porque allí se habla de políticas públicas, y aquí se vive su presencia o su omisión.
Leer las elecciones en Colonia exige cambiar de lente. No se trata de sumar porcentajes por municipio o circuitos rurales: se trata de entender qué se juega en cada elección, qué se pone en disputa, qué tipo de promesas tienen legitimidad. El voto, en este caso, no es un dato: es una narrativa. Y como toda narrativa, debe ser leída en su contexto, en su historia, en su relación con el paisaje.
Por eso, mirar a Colonia no es mirar hacia fuera. Es mirar hacia dentro del país con otros ojos. Es asumir que hay varias formas de construir lo político, y que entenderlas no es un ejercicio de exotismo, sino una necesidad para leer el Uruguay contemporáneo con mayor precisión y honestidad.
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