Este 13 de mayo de 2025 falleció José Mujica a los 89 años. El país despide a un expresidente, exguerrillero, símbolo mundial de la austeridad, pero también —y sobre todo— a un hombre profundamente marcado por sus raíces rurales y afectivas. Entre esas raíces, Carmelo ocupa un lugar discreto pero indeleble.
Aquí, Mujica pasaba sus veranos en casa de su abuelo Antonio Cordano. Era, para él, un paraíso. Miguel Ángel Campodónico lo retrata con precisión en su libro Mujica: “Aquellos fueron tiempos de aprendizaje, de iniciación, que dejaron en él una fuerte marca para siempre”.
Cordano era un inmigrante italiano que había levantado con esfuerzo una bodega, una viña y una casa donde las tradiciones se mantenían intactas. Las mesas largas bajo la parra, los sabores de la carneada, la vendimia, la recolección de castañas, la molienda del maíz: ese mundo agrícola y comunitario le enseñó a Mujica las primeras lecciones de vida, esas que luego marcarían su filosofía política y su forma de estar en el mundo.
Pero no todo fue campo. Carmelo fue también su primera ventana a la modernidad. En la confitería El Vesubio, hoy cerrada, vio por primera vez un aparato de televisión. Fue antes que en Montevideo, y la imagen que se le quedó grabada fue la de un general que no conocía: Juan Domingo Perón, transmitido por un canal argentino. Ese primer contacto con la pantalla chica, lejos de la capital, ocurrió en el contexto de sus vacaciones carmelitanas, bajo la influencia de su tío Angelito Cordano, un hombre nacionalista, peronista y muy lector, que vivía inmerso en las ideas políticas que circulaban desde Buenos Aires hacia la otra orilla.
El vínculo con Carmelo no fue sólo afectivo. Fue material. Campodónico narra que desde allí, casi una vez por semana, llegaban canastas con boniatos, papas y carne de cerdo para ayudar a sostener la economía familiar. Incluso algunas deudas del hogar fueron cubiertas por su abuelo. Y no sólo eso: Cordano, con una lucidez práctica, le inculcó ideas que Mujica repetiría toda su vida. Una de ellas, convertida en mantra rural, fue: “siempre comprá tierra cruda”. La tierra, aún sin casas, aún pelada, es promesa y seguridad.
Hoy que se va José Mujica, vale recordar también a ese niño que corrió por los viñedos de Carmelo, que se maravilló ante su primera vendimia, que vio por primera vez una imagen televisiva en la confitería El Vesubio, y que cargó por siempre con la sabiduría silenciosa de su abuelo y su tío. Desde este rincón del país —como tantos otros— se forjó la complejidad de un hombre que marcó la historia.
Porque Carmelo no fue un paisaje de paso. Fue parte de su raíz.
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