En el centro de Carmelo, donde la ciudad late con su ritmo cotidiano y las veredas son escenarios de saludos, recados y encuentros fugaces, hay un comercio que hace veinte años se volvió parte del paisaje. Se llama La Boti-k. No está en una esquina, pero está casí, ubicada en el centro: geográfico, emocional, simbólico.
En 19 de Abril, cerca de 25 de Mayo, La Boti-k no necesita anunciarse con estridencias. Basta pasar por su puerta para saber que ahí adentro hay algo más que un negocio: hay una historia. De amor, de trabajo, de barrio. De familia.
Eduardo Dupetit y Alicia Borteiro la fundaron hace veinte años, casi al mismo tiempo que se casaron. El negocio fue, desde el principio, parte del proyecto de vida. Una forma de sostenerse económicamente, sí, pero también de crecer juntos, de compartir los días detrás del mostrador, de construir algo propio en una ciudad que, como todas, cambia pero guarda lo esencial.
—Acá no empezamos con mucho, pero teníamos ganas. Y eso fue más fuerte que cualquier otra cosa —cuenta Alicia mientras repasa mentalmente los productos del día.
La Boti-k es una especie de almacén expandido. Se puede jugar a todos los juegos de la Banca de Quinielas, sí, pero también comprar un regalo, una lapicera, un encendedor, un paquete de yerba o unas pilas para el control remoto. No es fácil de clasificar, y por eso su nombre le queda perfecto: como esas viejas boticas donde había de todo. Y un poco más.
Pero lo que más circula no siempre son productos. Circulan voces, historias, noticias del barrio. Gente que entra con el número de la suerte, o con uno prestado por algún recuerdo; vecinas que preguntan si llegó tal cosa, niños que pasan camino a la escuela. La puerta nunca está cerrada del todo. Hay algo de refugio en esa forma de estar abiertos.
Veinte años son una vida. En ese tiempo, el centro cambió de cara más de una vez, abrieron y cerraron locales, llegaron modas nuevas, se fueron algunas costumbres. Pero La Boti-k siguió ahí, en el mismo punto fijo, como testigo de esa coreografía urbana que cada día vuelve a empezar.
Y aunque no lo digan en voz alta, Eduardo y Alicia saben que lograron algo más que sostener un comercio. Lograron crear un espacio donde el barrio se reconoce. Donde la gente no entra solo a comprar, sino también a saludar, a comentar, a formar parte.
El aniversario no se festejó con grandes anuncios. Hubo, como siempre, una torta, algunas bromas, recuerdos compartidos. Pero no hizo falta más. Porque la celebración está en cada jornada que comienza cuando se levanta la persiana, en cada gesto cotidiano que afirma que este lugar sigue siendo necesario.
Y es que La Boti-k ya no es solo de ellos. Es del barrio. Del centro. De todos los que, alguna vez, cruzan su puerta buscando algo —incluso aunque no sepan exactamente qué.
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