Carmelo, históricamente refugio de escapadas tranquilas y turismo en clave de naturaleza, casino y vino, vive hoy una disrupción silenciosa. El viejo modelo, apoyado en el encanto local y en relaciones personales entre anfitriones y visitantes, ha sido sustituido —no sin resistencia ni consecuencias— por una lógica algorítmica que transforma cada cabaña, cada visita a una bodega, cada paseo náutico, en un dato más dentro de plataformas globales como Airbnb, Booking o Google.
Nick Srnicek, teórico del capitalismo de plataformas, advirtió en su obra homónima que estas estructuras no sólo intermedian servicios: extraen valor de cada interacción digital para generar nuevas formas de control económico. En Carmelo, esta transformación no es abstracta. Afecta directamente a quienes viven del turismo. Las decisiones ya no se toman localmente. Las tarifas, la visibilidad, la demanda y hasta los comentarios están mediados por algoritmos cuyo diseño responde a intereses corporativos globales, no al desarrollo armónico de una comunidad.
Las plataformas, dice Srnicek, cumplen funciones capitalistas clave: extraen datos, los analizan, generan monopolios y dependen de efectos de red. En Carmelo, eso significa que quien no se integra a esos sistemas —con tarifas dinámicas, estrategias SEO y atención inmediata al cliente— queda automáticamente desplazado. Ya no es suficiente ofrecer un buen servicio o cuidar la estética del entorno. Ahora se compite en un terreno donde el código pesa más que la hospitalidad.
A pesar del discurso oficial que promueve el “reposicionamiento turístico” del departamento de Colonia, la gestión pública local no ha desarrollado aún una interpretación estructural de estas nuevas formas de hegemonía digital. El resultado: se repiten los errores del pasado. Se mira con nostalgia hacia las «épocas doradas» del turismo carmelitano sin advertir que el escenario ha cambiado de forma radical.
Carmelo se enfrenta hoy a un dilema estratégico. La movilidad es más intensa que nunca, los datos fluyen sin descanso y los visitantes ya no deciden con folletos ni con recomendaciones de boca en boca. ¿Tiene sentido intentar replicar las fórmulas del pasado? ¿O es momento de construir un nuevo pacto turístico, donde lo público regule y lo local recupere poder frente a las plataformas?
El desafío es político. Requiere que el gobierno local —más allá del marketing institucional— diseñe políticas activas de regulación, capacitación digital y recuperación de soberanía sobre los flujos turísticos. Porque si no se gobierna con inteligencia y visión crítica en este nuevo paisaje tecnológico, Carmelo corre el riesgo de volverse una postal administrada desde Silicon Valley.
Comentarios