La noche en Nueva Palmira fue, como tantas otras, muda. Un silencio tenso, sin testigos. En calle Chile —una más entre tantas—, alguien decidió entrar donde no debía. No se rompió una puerta, ni se alzó una voz. Solo una reja rota. Y luego, la ausencia.
De un local —así lo llama la Policía— desaparecieron cajas de cigarrillos, paquetes de tabaco, dinero. No hay más precisión en el parte. No se detalla la actividad del comercio, ni el monto del robo. Solo lo que falta. Lo que el viento no se llevó, pero alguien sí.
En la escena del hecho trabajó Policía Científica. Se tomaron registros, se relevaron huellas, se buscó un indicio en el desorden. Como siempre, la ciencia llegó cuando el delito ya había pasado. Lo que queda, entonces, es un rompecabezas sin la imagen en la tapa.
Los investigadores de la Zona Operacional III analizan los fragmentos de esa noche: los objetos sustraídos, la rotura de la reja, la secuencia de entrada y salida que, por ahora, pertenece a alguien sin nombre.
No hubo violencia visible, ni alarmas que interrumpieran el sueño. Solo un robo seco, casi quirúrgico, en la hora en que todo parece detenido. Pero no lo está.
Lo robado —tabaco, cigarrillos, dinero— no es un botín épico, pero tiene su circuito. No se trata de símbolos, sino de mercancía. De algo que puede ser escondido, revendido, intercambiado. De lo que cabe en una mochila y circula sin ruido.
Es temprano para hipótesis. Los investigadores no hablan. El parte es escueto. No hay detenidos. No hay cámara de vigilancia mencionada. No hay un rostro. Pero hay una historia —otra más— que comienza en el rastro que deja una reja rota, y tal vez termine en un juzgado.
Si es que se llega.
Porque en ciudades pequeñas, las noches se llenan de murmullos, y no siempre de respuestas. Y esta vez, el humo —literalmente— se esfumó.
Comentarios