Era un domingo de otoño. Uno de esos días donde el sol se cuela apenas por las rendijas y el mundo parece moverse con un gesto más cansado. Fue en ese aire quieto, en esa luz tibia, que Jorge Traverso se fue.
Ochenta años antes, había nacido con otro nombre –Schubert Jorge Pérez Denis–, pero eligió llamarse Traverso cuando empezó a contar historias de cine y cultura. Dejó su nombre verdadero como quien deja una muda vieja en el perchero y salió a recorrer el mundo de las noticias con un traje nuevo: amable, impecable, luminoso.
Traverso era ese periodista que no hablaba para sí mismo, sino para el otro. El que entraba a las casas con la naturalidad de un amigo esperado, el que parecía saber que las noticias a veces pesan, y que era necesario llevarlas con la delicadeza de quien no pretende herir.
Durante más de dos décadas fue el rostro de «Subrayado», en Canal 10. No era solo su voz pausada ni su sonrisa de bordes anchos lo que lo hacía inconfundible; era esa frase final, «Así está el mundo, amigos», que cerraba cada noticiero como un abrazo que admitía la dureza del día, pero también la posibilidad de resistirlo.
Traverso no solo leyó las noticias. Las conversó. Las pensó. Las hizo llegar con el tono exacto entre la gravedad y la esperanza. Escribió sobre cine en Búsqueda, trabajó en radio Sarandí, en Radio Independencia, en Oriental, en Concierto FM, en cada lugar dejando algo de su estampa de caballero de voz serena. Incluso cuando muchos de sus colegas empezaban a pensar en retirarse, él seguía: en Periodistas, en Canal 5, aún cubriendo campañas electorales, todavía con proyectos en carpeta.
La muerte lo encontró después de una operación de corazón, pero no le encontró los sueños vencidos. Seguía animoso, planeando, mirando hacia adelante, como quien entiende que el periodismo no es solo un oficio, sino una manera de estar en el mundo.
Este domingo, en la empresa Martinelli, periodistas y amigos empezaron a llegar a despedirlo. En la sala, su nombre flotaba en las conversaciones en voz baja, en los abrazos que decían más que las palabras. El sepelio sería el lunes, a las 13:45, en Los Fresnos.
En el fondo, mientras algunos repasaban anécdotas y otros apenas podían con la emoción, había una certeza flotando en el aire: que Jorge Traverso no se había ido del todo. Que cada vez que el mundo se nos venga encima, podríamos volver a escucharlo, decirnos con su voz tibia:
«Así está el mundo, amigos.»
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