Carmelo vibra este domingo con la Fiesta del Puente Giratorio, una celebración que es mucho más que música, feria y multitudes. Es el latido colectivo de una comunidad que se reconoce en sus símbolos y fortalece, en cada encuentro, el hilo invisible del arraigo.
El Puente Giratorio no es solo un prodigio de ingeniería. Es, sobre todo, un umbral entre generaciones, un gesto de identidad en la memoria compartida. Cada giro metálico, guarda las historias de quienes cruzaron sueños y desvelos, a pie, en bicicleta o en carretón. No es casual que la fiesta que honra esta estructura convoque a toda Carmelo como pocas otras fechas logran hacerlo: celebrar el puente es celebrarse a uno mismo, es ratificar la pertenencia a un lugar en el mundo.
Las fiestas populares cumplen una función esencial en la vida de los pueblos. No solo alegran: cimentan. Son instantes de suspensión del tiempo cotidiano en los que se renueva un pacto tácito de amor por la tierra. A través de ellas, el «pago» —ese término tan hondamente rioplatense— deja de ser solo el espacio físico y se transforma en una parte íntima de quienes lo habitan. Bailar, brindar, compartir el aire perfumado de banderas y empanadas no es una frivolidad; es, también, un acto de afirmación.
Las obras públicas emblemáticas, como el Puente Giratorio, trascienden su función práctica. Se convierten en referentes emotivos, en íconos que condensan la idea de comunidad. Como señala el sociólogo Michel de Certeau, los espacios públicos son lugares de memoria cuando son apropiados afectivamente por quienes los transitan. En Carmelo, el puente no es simplemente infraestructura: es pertenencia, historia viva, símbolo del “nosotros”.
La Fiesta del Puente Giratorio no se explica solo por la nostalgia. Es también un acto de futuro. Cada niño que corre por esos adoquines de cercanías, cada adulto que sonríe al recordar los viejos tiempos, está sembrando una continuidad. Porque amar el lugar donde uno vive no es un gesto natural: es una construcción. Y se construye celebrando.
Así, mientras la música suena y el puente gira majestuoso sobre las aguas, Carmelo entero se dice a sí mismo que aún vale la pena creer en los lazos que no se ven, pero que sostienen. Que aún vale la pena amar el pago.
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