Durante casi dos décadas, Néstor Piva fue el rostro visible —y muchas veces el sostén invisible— de la Escuela 92. Este año, tras 18 años de labor, se jubiló. Y con su salida, la comunidad educativa no solo despide a un director, sino también a una figura central en la vida diaria de una institución que, como tantas otras, es mucho más que aulas y campanas.
El mensaje de despedida redactado por docentes y trabajadores de la escuela no recurre a formalismos. Habla de “caminar juntos”, de “una entrega incansable”, de alguien que estuvo presente no solo en la gestión, sino en los gestos. A lo largo de ese texto, el término que más se repite no es «director», sino «compañero».
La figura de Néstor aparece ligada a los años más complejos que vivió la sociedad reciente. Acompañó —dice el comunicado— no solo desafíos y logros cotidianos, sino también esos momentos donde la incertidumbre alcanzó a todos por igual: alumnos, familias y docentes. En tiempos difíciles, aseguran, sostuvo el rumbo.
No hay heroicidad en el retrato que hacen de él. Hay otra cosa. Una forma de ejercer el rol con calma, con escucha y con ejemplo. “Gracias por confiar”, le dicen. Y también: “por escuchar incluso cuando no era fácil”. Palabras que no se escriben al azar.
El texto menciona pasillos, historias compartidas, la escuela como comunidad. Y ahí aparece el otro eje de esta despedida: lo que queda. Una huella —afirman— visible en quienes tuvieron la oportunidad de trabajar a su lado. No en un sentido épico, sino en los modos cotidianos de hacer. En lo que se aprende mirando cómo otro enfrenta una situación, cómo responde ante un conflicto, cómo cuida lo colectivo.
La jubilación, en este contexto, no es solo el cierre de una etapa profesional. Es también el punto en el que una trayectoria se vuelve parte de la memoria institucional. Una marca, como dicen, que no se borra.
La última línea del mensaje retoma una frase que, al parecer, Néstor repetía con frecuencia: “Lo mejor está por venir”. Esta vez, la comunidad se la devuelve, como gesto de afecto y reconocimiento. Y como forma de decir que el trabajo queda, que el legado no se archiva, y que la escuela —como espacio social— también se construye con quienes saben retirarse dejando abiertas las puertas.
























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