En Carmelo, el río baja lento y, a veces, parece no moverse. Así vivía también Ramiro Cerruti: sin apuro, sin estridencias. Tenía algo de los médicos de antes, de los que se toman el tiempo para mirar a los ojos, de los que no creen que la tecnología o el saber acumulado puedan reemplazar un gesto simple: sentarse al lado de un paciente y escuchar.
El Dr. Cerruti murió el 17 de junio, a los 53 años. Se había recibido de médico en 1997, de cirujano en 2004, pero su carrera no se mide por fechas ni por títulos. Se mide por lo que dejó: compañeros que hoy lo lloran, pacientes que lo recuerdan, decisiones que marcaron rumbos en el Hospital Artigas de Carmelo donde fue su Director y en CAMOC, la institución a la que dedicó su vida.
Nació en Carmelo y eligió no irse. Se quedó. No porque no pudiera, sino porque quiso. Sabía que donde más falta hacía un médico era ahí, en el lugar de siempre, donde los apellidos se repiten y las salas de espera conocen las historias familiares.
Ingresó a CAMOC en 1998 como médico suplente. Fue presidente entre 2017 y 2019, pero desde mucho antes —y hasta su último día— fue una referencia técnica, institucional y humana.
Se recuerda además su pasaje por la salud pública siendo Director del Hospital Artigas de Carmelo.
Cerruti no necesitaba levantar la voz para ser escuchado. No necesitaba imponerse: lo seguían. Por respeto, por claridad, por ese equilibrio que lograba entre la firmeza de un diagnóstico y la calidez de quien sabe que tratar personas no es lo mismo que tratar enfermedades.
Sus compañeros lo describen como un hombre riguroso y amable. Fue parte de la Dirección Técnica de CAMOC desde 2012, integró la Comisión Electoral, formó parte del Consejo Directivo. Pero en los pasillos se lo recuerda más por lo que hacía fuera de los cargos: por quedarse después de hora, por acompañar a un paciente al quirófano, por enseñar sin sentirse más que nadie.
Hoy CAMOC está de luto. Pero Carmelo también. Porque cuando se va alguien que eligió poner su saber al servicio de los demás, lo que queda no es solo la ausencia. Queda una forma de hacer. Queda un legado que no se archiva.
En un tiempo en que todo parece acelerado, Cerruti eligió la constancia. En un mundo de carreras, eligió el compromiso. Su nombre seguirá vivo, no por las placas ni los cargos, sino por algo más simple: porque en muchos hogares de Carmelo alguien dirá, con respeto, con tristeza, con gratitud: “el doctor Cerruti me atendió a mí…”.
Y eso, en el fondo, es lo más grande que puede dejar un médico.
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