De la Redacción de Carmelo Portal
El viento del río soplaba fuerte aquella tarde en Carmelo, y en el horizonte, el cielo se deshacía en tonos de fuego y cobre. El taller de su padre olía a metal y grasa, un santuario de herramientas dispuestas con precisión quirúrgica. Allí, entre motores desarmados y la sinfonía de un mundo hecho de hierro y aceite, una niña de ojos afilados soñaba con aviones.
A los diecisiete años, cuando muchas otras jóvenes aún estaban aprendiendo a moverse en el mundo que les habían asignado, Mirta Vanni decidió despegar. Pidió permiso a su familia –porque así debía ser en 1941– y se inscribió en el Curso de Piloto del Centro de Aeronáutica. En las fotos de aquellos años, su expresión es de una determinación tranquila, como si supiera que el cielo, tarde o temprano, iba a pertenecerle.
El vuelo inaugural de una pionera
Se convirtió en la primera mujer uruguaya en recibir el brevet profesional de piloto. La primera en colocarse las gafas, ajustar los controles, escuchar el rugido del motor y despegar, mientras en la tierra los hombres la miraban con la incredulidad de quien presencia lo imposible.
Pero Mirta no se conformó con atravesar los cielos; quiso tocar la tierra desde arriba. La aviación agrícola, con sus maniobras milimétricas y su precisión de cirujano, la eligió a ella, y ella la abrazó con la convicción de quien sabe que el verdadero desafío no está en la altura sino en la destreza.
A bordo de su avión, con las manos firmes en los controles, esparcía fertilizante sobre los campos como quien siembra futuro. La imaginamos surcando los cielos de Uruguay en 1952, trazando caminos invisibles sobre las chacras, descendiendo justo a tiempo para observar cómo la vida germinaba bajo sus alas.
El reconocimiento en el aire y en la tierra
Años después, su historia se convirtió en leyenda. Fue la primera mujer en ocupar el cargo de Jefa del Servicio Aéreo del Ministerio de Ganadería y Agricultura y luego Directora General de la unidad. El mundo comenzó a notar su talento. Australia, Canadá, Estados Unidos, Francia, Holanda: Mirta representó a Uruguay en los foros más importantes de la aviación agrícola, llevando consigo la certeza de que el cielo no tiene género, solo audacia.
Y cuando el país más la necesitó, ella estuvo allí. En 1959, durante las históricas inundaciones que pusieron en jaque a Uruguay, no dudó. Cargó su avión con medicinas y provisiones, surcó los aires desafiando la tormenta y rescató vidas desde la cabina de su aeronave. No era solo una piloto. Era una mujer que entendía el vuelo como un acto de servicio.
El tiempo y las alas
En 1985, tras 43 años de trabajo y más de 7.000 horas de vuelo, aterrizó por última vez. Cerró la cabina, apagó los motores y descendió con la serenidad de quien sabe que lo ha dado todo. Se retiró, pero no dejó de volar. Nadie que alguna vez haya sentido el viento en la cara a 10.000 pies de altura deja de hacerlo.
Fue condecorada en Uruguay, Argentina, Brasil, Estados Unidos. Recibió premios, homenajes, reconocimientos. Pero el verdadero premio, el único que importaba, estaba en cada surco de tierra que ella había visto germinar desde el aire, en cada vida salvada, en cada vuelo que desafió el destino escrito.
El cielo es su territorio
En Carmelo, donde todo comenzó, las tardes siguen teniendo ese tono de fuego y cobre. Allí, en algún rincón del tiempo, una niña sigue soñando con aviones, y en el cielo de Uruguay, aunque ya no pilotee, el viento sigue llevando su nombre.
El 3 de enero de 2025 Mirta cumplió 101 años de vida.
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