En un rincón apacible del Uruguay, lejos de las torres de control tecnocrático y las luces de Silicon Valley, una pequeña célula de innovación cartográfica ha comenzado a transformar —en silencio y con precisión quirúrgica— la manera en que se gestiona el territorio. Se trata del equipo de la Unidad de Sistema de Información Geográfica (GIS) de la Intendencia de Colonia, recientemente galardonado en el evento nacional ARGIS Uruguay 2025 por su labor pionera en plataformas geoespaciales.
Dos nombres resuenan con fuerza en esta historia de mapas inteligentes y datos que cuentan más de lo que muestran: Maruja Orsi e Ignacio Varela. No son celebridades del código ni influencers de la transformación digital, pero su trabajo tiene implicancias más duraderas que un trending topic. Desde su oficina en Colonia, han impulsado una verdadera metamorfosis cultural y tecnológica dentro de la administración pública, consolidando el GIS no solo como una herramienta, sino como una forma de pensar el territorio.
Gracias a su empeño, el manejo de información territorial ha dejado de ser un proceso fragmentado y burocrático para convertirse en un ecosistema dinámico de datos digitales que optimizan decisiones en tiempo real. La plataforma permite visualizar, analizar y cruzar capas de información sobre el entorno con una precisión que antes era impensable para una intendencia de escala departamental. Lo que antes eran intuiciones o impresiones aisladas, hoy se traduce en modelos de planificación basados en evidencia.
La distinción no llegó sola. Fue respaldada por el reconocimiento de ICA y AEROTERRA, entidades patrocinadoras que, más allá del acto formal, encontraron en este equipo un reflejo del potencial geoespacial de un país que rara vez ocupa titulares tecnológicos. En un mundo obsesionado con la inmediatez, el equipo GIS de Colonia representa algo más duradero: el trabajo meticuloso, casi artesanal, de quienes entienden que cada dato cuenta una historia y cada mapa, bien leído, puede cambiar el destino de una comunidad.
No hacen falta fuegos artificiales ni algoritmos milagrosos. A veces, basta con mirar el territorio —real y simbólico— desde otra altura.



























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