El Paraná Miní fluye lento y sereno, como si guardara en sus aguas los ecos de una historia que se resiste al olvido. En sus márgenes, se afinan los últimos detalles para una travesía que no busca romper récords ni conquistar medallas, sino rendir homenaje. El próximo 16 de abril zarparán desde San Isidro, en la provincia de Buenos Aires, las embarcaciones que protagonizarán la recreación del cruce de los 33 Orientales, en una de las conmemoraciones más emotivas del Bicentenario de la Cruzada Libertadora.
La iniciativa, impulsada por la Comisión de Homenaje a los Libertadores de 1825 y respaldada por la Intendencia de Soriano, reedita por cuarta vez el recorrido que marcó un punto de inflexión en la historia del Río de la Plata. Con fidelidad histórica, los participantes navegarán en falúas reacondicionadas —pequeñas embarcaciones similares a las que usaron los revolucionarios hace 200 años— siguiendo el trayecto original de quienes, en abril de 1825, desembarcaron en la playa de la Agraciada para declarar el inicio de la independencia oriental.
Cuatro días de río, historia y memoria
La ruta, dividida en cuatro etapas, arranca el 16 de abril desde el Puerto Sánchez, en San Isidro. Ese primer día, los navegantes cubrirán 23 millas náuticas (unos 42,6 kilómetros) hasta alcanzar el punto donde el arroyo Chaná se encuentra con el Paraná Miní. Al día siguiente, recorrerán 34 millas náuticas (63 kilómetros) atravesando la provincia de Entre Ríos, hasta llegar a la confluencia del Paraná Guazú con el arroyo Brazo Largo.
El tercer tramo, previsto para el 18 de abril, los llevará hasta una coordenada simbólica: la latitud 33° 46.5′ sur y longitud 58° 36.5′ oeste, en una isla fluvial donde se encontraron los dos grupos originales de orientales en 1825. Allí, el río deja de ser solo geografía para convertirse en testimonio.
La etapa final, el 19 de abril, será la más breve en distancia —20,4 kilómetros—, pero quizás la más intensa emocionalmente: culmina en la playa de la Agraciada, en el departamento de Soriano, Uruguay. Ese es el punto de destino y de origen, donde la historia dejó su huella indeleble.
Entre la épica y la vigilia
Más que una travesía fluvial, el evento encarna un acto de memoria activa. Lejos de la postal congelada en el bronce de los monumentos, esta recreación pone el cuerpo y el alma al servicio del recuerdo. Los participantes, anónimos en su mayoría, se convierten en custodios de un legado que atraviesa generaciones. Navegan con el viento a favor de la historia y reman contra el olvido.
El cronograma no es caprichoso. Cada milla náutica está calculada para coincidir con las jornadas originales de los 33 Orientales, liderados por Juan Antonio Lavalleja. Se trata de una reedición meticulosa, que no deja lugar a la ficción ni a la improvisación: la travesía es rigurosamente fiel al itinerario de 1825, cuando la palabra «libertad» se escribía a remo limpio en el lomo de los ríos.
En tiempos de vértigo y distracción, esta celebración lenta y reflexiva se presenta como una rareza. Pero acaso allí resida su potencia: en volver a mirar el agua como un camino, no como una frontera.
Comentarios