De la Redacción de Carmelo Portal
Al principio, uno cree que la vida está allá afuera. Que las cosas importantes ocurren en oficinas de vidrio, en estrados de madera lustrosa, en calles ruidosas donde la gente camina apurada, en aeropuertos que huelen a perfume importado y ansiedad. Pero con el tiempo, con los años que llegan como cartas sin remitente, uno descubre otra cosa: las cosas más importantes suceden en casa.
Se aprende, por ejemplo, que los afectos se reducen. Que ese círculo que un día fue una plaza llena de niños corriendo se convierte en una mesa con dos, tres, cuatro personas. Que hay peleas que es mejor no dar, porque pelear con los mediocres es regalarles demasiada importancia. Y que la mediocridad es una plaga. Se mete en las grietas de los días, en las esquinas de los trabajos, en los gestos de la gente que repite lo que escucha sin preguntarse nada. La gente se pelea, se ensucia en la discusión, se arrastra en la lógica de la gresca. Y todo eso, en el fondo, es una forma de no ver. Lo mejor, siempre, es elevarse.
Uno descubre también que lo importante no siempre tiene forma de epifanía. A veces es una charla con alguien que mastica pan con manteca y sonríe con bigotes de chocolate. O es el rumor de una cuchara golpeando el borde de una taza de café. O una risa repentina en medio de una frase que no iba a ninguna parte. Esas son las cosas que valen, las que dejan una marca sin que uno se dé cuenta.
Descubrir, por ejemplo, que sabemos poco. Que el conocimiento no es un mueble que se llena con libros, sino un cuarto con las ventanas siempre abiertas. Que todo lo que aprendimos puede ser insuficiente, pero que la ignorancia bien llevada es un pasaporte para seguir explorando.
La armonía está en esas luchas. En los bostezos de la mañana, que son una declaración de tregua con el mundo. En la risa que desarma el enojo como si fuera un truco de magia. En aprender a olvidar todo lo que pesa, lo que aprieta, lo que encierra. En hacer del olvido una forma de salvarse.
Las cosas más importantes suceden en casa. A veces en un silencio. A veces en la luz que cambia de color sobre una mesa. A veces en la mirada de alguien que, sin decir una palabra, nos recuerda que estar juntos, aquí y ahora, es suficiente.
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