En Carmelo, en un claro del mediodía que venía nuboso se reunían autoridades, equipos técnicos y familias con sus hijos, abriéndose un espacio distinto: el instante en que una vivienda deja de ser un trámite y pasa a ser un umbral.
A un lado, los funcionarios del Ministerio de Vivienda y de la Intendencia; al otro, las familias que hasta ese momento habían vivido en zonas inundables, contaminadas o en condiciones de hacinamiento. Entre ambos grupos, un terreno que no era simbólico sino concreto: las casas recién entregadas.
La Secretaria General de la Intendencia, Belén Rico Skerl, llegó en representación del intendente Guillermo A. Rodríguez. A su lado, la directora nacional de Integración Social y Urbana del Ministerio de Vivienda, Silvana Nieves, y el alcalde de Carmelo, Luis Pablo Parodi. No hubo estridencias: solo una línea de autoridades frente a los beneficiarios, con los directores de la Intendencia, ediles, concejales y algunos vecinos que se habían acercado para presenciar el acto.
Las diecisiete familias estaban allí desde temprano. Algunas agrupadas en pequeños círculos; otras sobre la vereda, con niños que iban y venían entre los adultos, pendientes del movimiento de funcionarios y fotógrafos. No era una multitud, pero sí suficiente gente como para marcar la dimensión del cambio para cada una de esas personas.
Un proyecto conjunto y su punto de llegada
El proyecto, impulsado por el Ministerio de Vivienda —a través de la Dinisu— y la Intendencia de Colonia, apuntó a regularizar situaciones de larga data. Para quienes recibían la llave, la secuencia administrativa quedaba atrás. Lo que importaba era ese momento en el que su nombre era llamado y avanzaban unos pasos frente a todos.
La directora de Dinisu, Silvana Nieves, la Secretaria General, Belén Rico, y el alcalde Parodi acompañaron a cada familia en la breve ceremonia. No hubo discursos extensos. La escena se organizó en movimientos cortos: un nombre, un saludo, la entrega formal, las fotos, las miradas de los familiares que registraban la escena con sus teléfonos.
El gesto final
Hacia el cierre, las autoridades entregaron una llave simbólica que condensaba la idea de inicio. Luego, cada beneficiario recibió un obsequio y un limonero. Los funcionarios fueron pasando uno por uno, y los nuevos propietarios, uno por uno, se retiraban hacia sus casas. Algunos se detuvieron un instante antes de entrar, como si necesitaran comprobar que estaba allí, que era real.
Mientras los presentes comenzaban a dispersarse, la escena dejaba una imagen sencilla: las familias ingresando a sus viviendas, algunas por primera vez, otras repasando con calma los espacios que ahora les pertenecían. Sin aplausos prolongados ni música, la ceremonia se disolvió en ese gesto cotidiano —abrir y cerrar una puerta— que para ellas significaba el comienzo de otra etapa.

























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