El número sorprende: diecisiete personas aspiran a convertirse en alcalde del Municipio de Carmelo, una ciudad de poco más de 19.000 habitantes que, sin embargo, enfrenta problemas estructurales profundos. Lejos de ser un signo evidente de vitalidad democrática, la cifra expone, en todo caso, una falta de cohesión política, una dispersión de liderazgos y una ausencia de proyectos comunes que dialoguen seriamente con las necesidades del territorio.
Desde que se instauró el tercer nivel de gobierno, Carmelo ha sido blanco de críticas políticas constantes, incluso desde filas cercanas a los propios gobiernos departamentales. La gestión municipal ha quedado atrapada en un espacio de baja ejecución, escasa visibilidad y —según algunos referentes locales— sin una hoja de ruta clara. La multiplicación de candidaturas podría interpretarse como un reflejo de esa orfandad de liderazgos consolidados, pero también como una señal de que el sillón municipal se percibe como accesible, tal vez demasiado.
El fenómeno electoral: fragmentación sin proyecto
En una ciudad donde la participación electoral municipal ha sido históricamente baja y donde la ciudadanía parece percibir al Municipio como una entidad secundaria, la postulación de 17 candidatos sugiere una paradoja: la política se activa cuando hay cargos en juego, pero no necesariamente cuando hay comunidad que atender. Muchos de estos nombres emergen de estructuras partidarias mayores, aunque algunos también lo hacen desde iniciativas independientes o movimientos vecinales. Sin embargo, lo que no ha surgido —hasta ahora— es una plataforma robusta que articule un modelo de ciudad para los próximos cinco o diez años.
Una ciudad que se mira en el espejo ajeno
Carmelo continúa bajo una lógica de subordinación simbólica a Colonia del Sacramento, capital departamental. Esa mirada constante hacia afuera se convierte en un obstáculo para construir una narrativa de desarrollo propia. El turismo, que podría ser una de sus fortalezas, sigue dependiendo de iniciativas aisladas, y la falta de un plan estratégico urbano impide pensar en una ciudad más vivible, más integradora, más moderna.
El estado de los espacios públicos, el escaso mantenimiento de plazas, la acumulación de residuos en ciertos barrios, la movilidad urbana que no responde a un criterio de accesibilidad ni sustentabilidad, y la escasa articulación con actores sociales y culturales, son parte de un mismo diagnóstico repetido en diversos informes.
Relacionamiento social: una fractura silenciosa
Otro punto crítico, menos visible pero igual de significativo, es el relacionamiento social. Carmelo es una ciudad donde los procesos de construcción comunitaria se ven fragmentados por historias personales, intereses particulares o distancias generacionales. La escasa participación ciudadana y la baja implicancia en las decisiones del día a día muestran una ciudad desconectada de su poder de transformación local.
¿Y ahora qué?
La multiplicidad de candidaturas interpela tanto a los partidos tradicionales como a las organizaciones ciudadanas. La dispersión puede ser síntoma de vitalidad democrática, pero también de falta de referentes sólidos que piensen a Carmelo más allá de las próximas elecciones.
El desafío de quienes resulten electos será, entonces, doble: gobernar una ciudad que muchas veces no cree en sus gobernantes, y reconstituir un entramado social y político que permita pensar el futuro con alguna certidumbre. La oportunidad está abierta. La pregunta es si alguien la sabrá tomar.
Comentarios