La elección de Álvaro Delgado como presidente del Directorio del Partido Nacional representa algo más que un simple recambio dirigencial. Es el reflejo de un partido que busca redefinir su identidad tras dejar el gobierno, equilibrar liderazgos internos y volver a conectar con el electorado desde una posición de oposición. Pero lo hace sin una mayoría sólida, con una dirección dividida y con desafíos de articulación tanto hacia adentro como hacia afuera.
Delgado se impuso con 202 votos sobre los 184 de Javier García, en una votación que demostró la vigencia de una competencia intensa entre sectores con proyectos distintos para el futuro del partido. Más que una victoria contundente, fue una señal de advertencia: el nuevo presidente no cuenta con una mayoría clara y deberá negociar cada paso con sus rivales internos.
Una conducción compartida, no hegemónica
El nuevo Directorio estará fragmentado: Delgado contará con siete integrantes, García con seis, y los dos restantes se repartirán entre Luis Alberto Heber y Carlos Enciso. Esto obliga al diálogo permanente y a la construcción de consensos, una dinámica que puede fortalecer al partido si se gestiona con apertura, pero que también podría paralizarlo si persisten las lógicas de competencia electoral.
Delgado intentó enviar una señal conciliadora al señalar que “nadie tiene mayoría” y que el mensaje de la convención fue claro: trabajar en conjunto. Pero su liderazgo, marcado por el respaldo de los sectores Aire Fresco y De Centro, deberá probar su capacidad de sumar más allá de sus apoyos originales.
El reto de ser oposición sin diluir la identidad
Con el Frente Amplio nuevamente en el poder, el Partido Nacional debe redefinir su rol como fuerza opositora. En ese marco, Delgado apeló a un tono combativo y confrontativo en su primer discurso, al acusar al nuevo gobierno de carecer de rumbo, ideas y liderazgo. “Tenemos el desafío más lindo: ser oposición”, afirmó, y se comprometió a “defender los logros” del ciclo anterior mientras se construyen nuevas propuestas.
Este enfoque busca consolidar la identidad partidaria desde una narrativa de continuidad con el gobierno saliente, pero también encierra riesgos: ¿cómo diferenciarse de los errores del pasado sin cuestionar los propios legados? ¿Cómo tender puentes con la ciudadanía cuando aún resuenan los efectos de las reformas inconclusas o impopulares?
Un calendario político que no da tregua
El llamado de Delgado a comenzar desde hoy la carrera hacia las elecciones de 2029 («faltan 1.707 días») revela su intención de ordenar rápidamente al partido y ocupar el espacio público. Sin embargo, antes deberá superar una primera gran prueba: cohesionar al nacionalismo en una etapa en que varias figuras clave —como Luis Lacalle Pou, Beatriz Argimón o Pablo Iturralde— se mantienen activas, pero sin roles institucionales definidos.
Además, deberá contener las tensiones entre los sectores que, tras el fracaso de una lista de unidad, expusieron diferencias estratégicas y personales. La convivencia entre liderazgos será tan determinante como la estrategia opositora que se trace desde el nuevo Directorio.
Liderazgo débil o oportunidad de renovación
Delgado llega al cargo con experiencia, respaldo institucional y visibilidad pública, pero sin la hegemonía que otros líderes nacionales supieron construir desde el Directorio. Su desafío será articular una fuerza política en transición, que debe renovar su narrativa, reforzar su presencia territorial y ofrecer una alternativa real en un escenario político que se reconfigura.
El éxito dependerá de su capacidad para liderar sin imponer, para escuchar sin diluirse, y para oponerse sin desgastar la imagen del Partido Nacional como fuerza de gobierno.
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