El tránsito en el departamento de Colonia dejó, solo en los primeros seis meses de 2025, un saldo fatal de 20 personas muertas en 19 siniestros. Son cifras frías, pero cada número es una ausencia, un nombre que ya no se pronuncia en casa.
La magnitud del problema es evidente: en todo 2024 fueron 15 los fallecidos. Hoy, sin haber llegado al invierno completo, esa barrera ya fue superada. Lo que sigue es una pregunta incómoda: ¿por qué?
Hay patrones que se repiten. Conductores sin cinturón, cascos usados a medias, el celular como copiloto. También caminos mal señalizados, rutas secundarias desgastadas y poca iluminación. Y, sobre todo, una sensación de “esto a mí no me va a pasar” que se impone sobre la precaución.
La educación vial sigue siendo una deuda estructural. Apenas aparece en las aulas y suele reducirse a campañas aisladas. La prevención, en muchos casos, llega tarde. Cuando llega, lo hace después del impacto.
Frente a esta realidad, la pregunta que queda es cuánto más se puede normalizar una tragedia cotidiana. Cada cruce mal hecho, cada curva mal calculada, cada frenada sin tiempo, puede ser la próxima estadística. Y sin un cambio profundo en la cultura vial —personal y colectiva— los números seguirán creciendo. Silenciosos. Como una epidemia que nadie quiere ver, pero que sigue matando.
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