De la Redacción de Carmelo Portal
En la esquina del almacén, en la fila del banco, en el recreo de la escuela o al costado de una cancha de fútbol. En el interior del país, es casi imposible no cruzarse con alguien con quien ya se intercambió un mensaje por WhatsApp esa misma mañana.
No se trata solo de una cuestión tecnológica. En comunidades donde la proximidad física es regla, no excepción, WhatsApp ha redefinido los códigos de la convivencia diaria. Lo digital y lo presencial se entrecruzan, se corrigen, se amplifican.
Más que mensajes: vínculos
Según la encuestadora Cifra, WhatsApp es usado por más del 90 % de los adultos uruguayos, sin distinción de región. En ciudades del interior como Paysandú, Durazno o Rocha, la aplicación se ha integrado a los hábitos más cotidianos: desde confirmar una cita médica hasta avisar que el colectivo viene lleno.
Pero ese uso funcional convive con una dimensión social mucho más profunda. “En localidades donde la gente se conoce, los mensajes no caen en el vacío. Tienen cara, nombre y apellido. Sabemos con quién estamos hablando. Y sabemos que probablemente lo veremos en el almacén, en la escuela o en el club”, explica un informe del Grupo de Estudios Sociales de la Universidad de la República.
Una red donde el silencio también habla
La investigación realizada por este equipo académico en varias localidades del norte del país revela un fenómeno interesante: en los grupos de WhatsApp, el “silencio” funciona como forma de evitar el conflicto. Ante mensajes polémicos o comentarios políticos, muchas veces los integrantes optan por no responder. La estrategia es clara: evitar que un cruce en la pantalla se traduzca en un malentendido cara a cara.
“No es como en Montevideo o en redes como Twitter, donde el anonimato o la distancia física permiten decir cualquier cosa”, señala una docente participante del estudio. “Acá, si decís algo por WhatsApp, sabés que lo vas a tener que sostener en persona”.
La paradoja de la cercanía
Este contexto produce una paradoja: a mayor cercanía física, más cuidadosa suele ser la interacción digital. Lejos del estereotipo del interior como “desconectado”, lo que se observa es una sofisticada gestión de los vínculos a través de la tecnología.
WhatsApp se convierte en una prolongación del tejido social: los grupos escolares, los de vecinos, los familiares, los del trabajo. Todos conviven en el mismo dispositivo. Y en muchos casos, se superponen con la vida real, cara a cara.
Entre el dato y la emoción
Según un estudio publicado por Scielo Uruguay, durante la pandemia las escuelas rurales adoptaron WhatsApp como vía principal de contacto con las familias. En muchas zonas, era la única conexión posible. Esto fortaleció el vínculo digital, pero también puso en evidencia la centralidad del cara a cara para sostener el sentido de comunidad.
La digitalización llegó para quedarse, pero no reemplazó del todo la charla en la vereda ni el intercambio en la feria. Al contrario: la tecnología amplificó lo humano, lo volvió más presente. En el interior, el mensaje de WhatsApp no termina cuando se envía. Se reinterpreta al cruzarse en la calle.
Riesgos y desafíos
El uso extendido de la aplicación también trae problemas. Según el Ministerio del Interior, han aumentado las denuncias por robos de cuentas y estafas mediante WhatsApp en varias ciudades del país. La falta de educación digital en algunas franjas etarias —particularmente adultos mayores— incrementa la vulnerabilidad.
Por eso, distintos organismos como la URCDP (Unidad Reguladora y de Control de Datos Personales) y organizaciones sociales impulsan campañas de alfabetización digital, con énfasis en la seguridad y el uso responsable de la información.
¿Y ahora qué?
WhatsApp ya no es solo una app. Es un espacio social. En el interior del país, su impacto no se mide en megabytes, sino en vínculos, decisiones, silencios y encuentros.
Hablar por WhatsApp con el ferretero del barrio o con la maestra de tu hija no es una transacción fría. Es parte de una red de relaciones que se teje día a día, con mensajes y miradas. Y en ese tejido, la pantalla es solo un hilo más.
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