Hace 102 años la vida de los uruguayos empezaba a cambiar

Ley de las 8 horas

Por Prof. Daniel Abelenda

Por lo general, creemos que la Legislación “corre de atrás a la realidad”, es decir, reacciona ante los cambios –buenos o malos- que ya se vienen dando en la sociedad. Sin embargo, a veces las leyes se anticipan a su tiempo y modifican profundamente hábitos y costumbres.

Hace poco más de un siglo, la realidad uruguaya, que estaba convulsionada por paros y huelgas obreras, va a cambiar definitivamente, con la aprobación por el Parlamento de la llamada “Ley de Trabajo Obrero”, o “de las 8 horas”, un 17 de noviembre de 1915 (entraría en vigencia, el 1º. de enero de 1916), segundo año de la Presidencia del Dr. Feliciano Viera, Partido Colorado.

Así, el clima en este período, llamado “el alto de Viera”, pues el mandatario consideraba que el batllismo “había ido demasiado aprisa, y hay que hacer una alto en el camino” (de las reformas sociales y laborales) era inestable: en 1911 la huelga de los tranviarios de Montevideo, que pronto se extendió a otras ramas de actividades, tuvo la adhesión de 20.000 trabajadores (la mitad de la población trabajadora de Montevideo), y fue primero reprimida por la Policía, hasta que la aparición del mismísimo Presidente José Batlle y Ordóñez, en los balcones de la casa de Gobierno, prometiendo atender las demandas obreras, pacificó las calles de la capital.

Batlle ya había enviado en 1906, durante su primera presidencia (1903 – 1907), un proyecto de Ley que limitaba la jornada laboral a las 8 horas diarias, la principal reivindicación de los gremios. El común de los trabajadores de fábricas y establecimientos comerciales cumplían jornadas de 12, 14 y hasta 16 horas diarias, sin un descanso semanal. Los trabajadores rurales, por su parte, también trabajaban “de sol a sol”, los 365 días del año… (únicamente los Funcionarios Públicos gozaban del régimen de 8 horas, de lunes a viernes).

Don Pepe actualiza su proyecto, agregando la obligatoriedad para los patrones de conceder un día completo libre por semana -que no podía exceder así las 48 horas- y la prohibición de emplear menores de 13 años (se consideraba que un niño debía terminar la Escuela Primaria a los 12, que era el nivel obligatorio de educación en esa época).

El primer proyecto de limitación de la jornada laboral, provino de tiendas de la oposición blanca. En 1905, los diputados doctores Carlos Roxlo y Luis Alberto de Herrera, presentaron un proyecto de ley que preveía una jornada de 9 horas diarias (no especificaba el descanso semanal), pero que no recogió apoyos suficientes en otros sectores políticos y quedó archivado.

El segundo proyecto batllista, fue tratado en la legislatura que se inauguró un 15 de febrero de 1915, y se aprobó con el Nro. 5.330, el 17 de noviembre y fue promulgada por el Poder Ejecutivo, el 1º. de marzo de 1916.
Se convirtió así, en la primera ley en el mundo, en reconocer el derecho a las “8 horas de trabajo, 8 de descanso y 8 para la familia, la recreación y el ocio”, como rezaba el lema de los anarquistas que fundaron los primeros sindicatos en el Uruguay, en las últimas décadas del Siglo XIX.

Ahora los trabajadores disponían de una jornada que no los dejaba extenuados, física o mentalmente, y por tanto, les dejaba tiempo para la vida familiar, la sociabilidad (entre ellas, la militancia gremial o política), y las diversas formas de recreación que proliferarán a partir de 1916, y muy especialmente en la décadas de 1920 / 30, época de profundas transformaciones de la vida en el Uruguay.

De esta manera, veremos surgir en todo el país, cientos de clubes sociales y deportivos: asociaciones culturales, sociedades científicas, clubes de fútbol, sobre todo, pero también de atletismo, básquetbol, ciclismo, remo… El Estado promovía la práctica de los deportes y la recreación, con la creación de la Comisión Nacional de Educación Física, ya en 1905, y construyó Plazas de Deportes, primero en Montevideo, y luego en las ciudades y pueblos del Interior, que empezaron a ser un lugar muy concurrido, especialmente los fines de semana.

El nuevo horario laboral más acotado de lunes a sábado, más todo el domingo, el día libre o “de la familia”, hizo de los almuerzos, reuniones o salidas familiares o con amigos, un nuevo estilo de vida de los tradicionalmente taciturnos orientales.

Es la época del auge del turismo nacional (e internacional, por ejemplo, los argentinos que venían al Real de San Carlos en nuestro departamento, a comienzos del nuevo siglo); se multiplican los balnearios de la Costa Este: Parque del Pata, Atlántida, La Floresta, y otros, se suman a la pionera Piriápolis o la nueva joya, Punta del Este, y convierten al sueño de “la casita en la playa”, en una de las aspiraciones de las clases medias de una sociedad optimista y pujante, que duplicará su población hacia 1935 (casi 2 millones de habitantes, frente al 1.041.000 del Censo de 1908).

Era verdaderamente, un nuevo país, que se atrevía a construir un Estadio para 80.000 personas (el más grande del mundo en esa época) para organizar el primer Campeonato Mundial de Fútbol, o construir una autopista de 177 kilómetros entre Montevideo y Colonia, con varios magníficos puentes (como el giratorio del Santa Lucía) que aún hoy se mantienen.

De esta forma, el tiempo libre y el ocio, pasa a formar parte de la vida de los uruguayos, mientras los sindicatos continúan luchando por ampliar sus derechos a la licencia y las vacaciones pagas, todavía privilegio de los patrones y los empleados públicos.

El Uruguay ya no sería igual luego de la entrada en vigencia de esta “Ley de las 8 horas” de 1915, piedra angular de una avanzada legislación social y laboral que seguiría durante el Siglo XX.

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