Picadas de motos: El pecado de visibilizar lo invisible

Por Elio García

Pregunten a un veterano si en Carmelo antes no había picadas, no había motos, no había accidentes, no había alcohol, no había drogas. Le van a decir que sí había todo eso.

Incluso les mencionarán algunos accidentes fatales muy tristes, con nombre y apellido.

Hay una película emblemática con James Dean del año 1955, «Rebelde Sin Causa», donde en una dramática escena en auto, dos adolescentes compiten en una carrera hacia el precipicio. El último que salte del coche, antes de que este caiga, gana.  El personaje Jim Stark (James Dean)  logra salir del vehículo, pero su oponente se queda atrapado y muere. Vivir al límite no es algo nuevo. Ya existen registros, solo hay que revisar los archivos.

¿Cuál es la diferencia hoy?

La primera diferencia es que hay más motos y la segunda es que antes no existía la exposición virtual, no había fotos, ni videos en tiempo real, había un relato tardío y los mensajes los filtraban los medios de comunicación. Hoy las redes sociales muestran cosas en tiempo real a un público masivo. Y las cosas se viralizan y todos opinamos, incluso condenamos.

Lo que pasó el domingo fue más que todo, un hecho de comunicación.
Se visibilizó lo que todos sabíamos: que se hacen picadas.

Lo nuevo y original es que los pibes llevaron las picadas a un espacio adulto sagrado: la vueltita a la playa de los domingos.

Coparon parte de ese espacio, se lo apropiaron y ahora las autoridades algo tienen que hacer. Lo primero que escuchamos es controlar y reprimir. No aparecen otras ideas.

Desigualdades

El sociólogo francés Alain Touraine reflexionaba en estos temas que «los jóvenes en su mayoría, consideran que no hay sitios para ellos en una sociedad cuyo desarrollo es limitado, llena de desigualdades y exclusiones» por lo cual a través de los años van buscando espacios.

Recordemos cuando los adolescentes se ubicaban en calle Uruguay frente a Plaza Independencia, luego en la rambla, y así en diversos lugares de la ciudad donde literalmente en muchos eran corridos por denuncias de ruidos molestos o lo que fuera.

Obviamente que este análisis no escapa a la preocupación general de constatar situaciones límites y peligrosas, pero se hace necesario abordar el tema también desde otras miradas. Con esto digo que es importante darle su lugar a los inspectores de tránsito, policías, pero también deberían existir otro actores, incluyendo quienes realizan estas acciones. ¿Alguien ha tenido la idea de dialogar con ellos? ¿De escucharlos?

Creo que es necesario un trabajo de reflexión al interior del problema, hacernos preguntas ¿por qué no nos escandalizamos o cuestionamos cuando estas cosas que vimos las hacen en lugares apartados o en horarios marginales en las madrugadas?

Hay una cuestión de inclusión y exclusión, en nuestra sociedad. Discriminamos en detalles y no es tema de debate. Lo aceptamos.

Debemos comprender que las sociedades necesitan de un discurso que de sentido a las cosas. El discurso del sentido común, los discursos mediáticos, los científicos. Se trata de producciones que responden a negociaciones invisibles. De esta forma la sociedad piensa y determina cómo deben ser los comportamientos de los más jóvenes, cómo nos acercamos a ellos y cómo los tratamos.

La identidad no es algo que se adquiere de una vez y para siempre, no tiene que ver con la esencia de un sujeto, con algo «natural», sino que constituye una construcción social, señala un trabajo de las psicólogas Seidmann, Azzollini y Di lorio.

«La identidad se forma por procesos sociales. Una vez que cristaliza, es mantenida, modificada o aún reformada por las relaciones sociales» (Berger y Luckmann, 1966, p.214)

Con esto concluyo que el tema es desafiante, y no se arregla únicamente con operativos de seguridad o inspectivos.

La llave del problema es interpretar los motivos, razones  por qué hacen lo que hacen.

 

 

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