La fragilidad de la nueva normalidad del interior argentino

Santa Fe es una de las provincias con más población de Argentina, más de 3 millones de habitantes, y además comparte frontera con la de Buenos Aires, la más afectada por la pandemia, pero hasta el último mes tuvo pocos positivos por coronavirus. EFE/Juan Ignacio Roncoroni/Archivo

Por José Manuel Rodríguez

Un viaje a Bolivia a por hojas de coca, fiestas o hábitos ancestrales como compartir mate. Una lista de despistes e imprudencias que son el origen de varios brotes de coronavirus en provincias del interior de Argentina que hasta entonces no habían sido golpeadas duramente por la pandemia.

Pese a que la inmensa mayoría de los casos del país se siguen concentrando en Buenos Aires y su cinturón urbano (AMBA), en las últimas semanas se aceleraron los contagios en otras provincias del país, lo que dio pie a que muchas de estas regiones dieran marcha atrás a la flexibilización de la cuarentena y volvieran al confinamiento para contener el virus.

Y es que La Pampa (centro del país) y Misiones (norte) fueron las únicas de las 23 provincias argentinas que no registraron ningún caso en la última semana.

Por el contrario, numerosas regiones del interior empezaron a registrar circulación comunitaria en algunos centros urbanos, una circunstancia que hasta la fecha solo se registraba en la provincia norteña de El Chaco y en un núcleo urbano de la patagónica Río Negro.

DE LA BRIGADA ANTIFIESTAS AL CIERRE DE FRONTERAS

Santa Fe es una de las provincias con más población de Argentina, más de 3 millones de habitantes, y además comparte frontera con la de Buenos Aires, la más afectada por la pandemia, pero hasta el último mes tuvo pocos positivos por coronavirus.

Sin embargo, la provincia acumula en el mes de julio más casos que en los tres meses anteriores de pandemia juntos y, en la ciudad de Rosario, la de mayor población de la provincia y la tercera mas poblada del país, se confirmó el inicio de la transmisión comunitaria, lo que obligó a tomar medidas de reconfinamiento.

El Gobierno de la región tomó esta decisión poco después de que se superara un nuevo récord de contagios diarios en la ciudad lo que despertó cierta mofa en las redes sociales (los rosarinos tienen cierta rivalidad histórica con los habitantes de Buenos Aires) y la coletilla «saluden a Rosario» fue tendencia en Twitter.

La mayoría de las críticas recibidas por los rosarinos se referían a la falta de prevención de muchos habitantes de la ciudad, que durante los últimos meses ha sido repetidamente noticia por fiestas nocturnas ilegales que tenían que ser interrumpidas por la policía.

De hecho, el gobierno local llegó a crear una suerte de brigada anti-fiesta para desincentivar la celebración de estas reuniones ilegales que superaban el límite de personas permitido.

La escalada de casos terminó desembocando en medidas restrictivas para evitar la reproducción del virus como el cierre de las fronteras de la provincia a todo aquel que no presente un test de hisopado negativo con un máximo de 72 horas de antigüedad, la prohibición de reuniones sociales por catorce días y el aumento del monto de las multas por no llevar mascarilla.

DE CERO CASOS AL PUNTO DE SALIDA

Catamarca, una pequeña provincia al noreste del país, es el escenario de uno de los ejemplos más radicales a la hora de ilustrar la fragilidad de lo que se ha venido a denominar «nueva normalidad».

Sin haber registrado un caso en toda la pandemia, a primeros de julio, la provincia se disponía a retomar la normalidad cuando un transportista dio positivo, disparando todas las alarmas.

La provincia tuvo que suspender el turismo interno así como volver por quince días a la fase inicial de confinamiento para controlar el brote, ocasionado según el Comité Oficial de Emergencia de la provincia por «una clara falta de prevención por parte de la gente».

Compartir el mate, una de las tradiciones más arraigadas en el país austral, fue una de esas múltiples «faltas de prevención» que hicieron que el virus llegara a la provincia, según la misma fuente.

Tras quince días en confinamiento y controlar el brote, Catamarca, que ahora suma sesenta casos de los que más de veinte siguen activos, volvió de nuevo a relajar las restricciones a comienzos de esta semana.

JUJUY, EN EL OJO DE LA TORMENTA

Con solo cinco casos al principio de la pandemia y tres meses de tensa calma, Jujuy ya había incluso abierto algunas escuelas cuando todo cambió. De repente, y en palabras de su gobernador, Gerardo Morales, la región se situó «en el ojo de la tormenta».

«Nunca pensé es que íbamos a tener casos con la potencia y la fuerza con la que ha llegado el coronavirus en la provincia en el último mes», se lamentó Morales en una conferencia de prensa junto al presidente de Argentina, Alberto Fernández y otros gobernadores en las que se detallaba cómo seguiría la cuarentena en algunos puntos del país.

Desde entonces los casos siguieron aumentando en esta provincia situada al norte, que ya supera los 1.000 contagios en pocas semanas, gran parte de ellos originados en tres focos detectados por los trazadores gubernamentales.

Varias personas que fueron a una ciudad cercana de Bolivia a comprar hojas de coca, una persona que tuvo que ir por trabajo a Buenos Aires y unos tenderos que también se desplazaron para comprar mercancía que vender en los típicos mercadillos de la región.

Tres desplazamientos que, en pocas semanas, convirtieron a la provincia en una de las más afectadas del país y devolvieron a la misma a la fase 1, que solo permite actividades esenciales.

Viajes, falta de prevención o la mala fortuna. Una constante que podría aplicarse a otros lugares de Argentina con brotes similares, que evidencia la facilidad del virus para reproducirse y la fragilidad de la denominada nueva normalidad incluso en las regiones que, sobre el papel, parecían prácticamente libres de la pandemia.

EFE

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