Uruguay esconde su garra

Por Juan José Lahuerta | Nizhny Novgorod (Rusia) (EFE)

La primera rueda de prensa oficial de Óscar Tabárez en Rusia dejó una frase que pasó desapercibida pero que parecía una clara declaración de intenciones. De repente, Uruguay, ha escondido su garra y un dato lo corrobora: no ha recibido tarjetas.

En aquella comparecencia ante los medios, justo antes de estrenarse contra Egipto, «El Maestro» analizó la trayectoria de su selección a lo largo de la historia. Dio una de sus lecciones magistrales, con su cadencia pausada e interesante.

No duerme a nadie. Al revés, despierta los sentidos de todos. Y, en dos párrafos, al final, dejó entrever un cambio que parece que se ha llevado a cabo sin demasiado ruido.

«Cuando comenzamos en 2006, después del Mundial de Italia 1990, uno de los proyectos era reubicar al fútbol uruguayo en el concierto mundial. Los cambios han sido espectaculares. No es lo mismo 1990 que 2018. El mundo es otro. Uruguay, en los inicios del mundo, era una potencia que ganó dos Juegos cuando no existía la Jules Rimet», señaló.

«Después venció en 1930, en 1950 y hasta 1954 no perdió un partido en la Copa del Mundo. Lo hizo hasta Hungría. Después de 1950 hubo un corte y siempre nos preguntamos cómo se hacía. Fue a través de un proyecto de trabajo en el que queríamos dar una imagen nueva en el mundo. Que no se nos asociara a veces injustamente con el juego violento», sentenció.

Y parece que lo ha conseguido. En los dos primeros partidos de Uruguay en Rusia, por primera vez desde que empezaron a mostrarse tarjetas amarillas en el Mundial de México 1970, el combinado charrúa no ha visto ninguna en sus dos primeros encuentros.

Los datos, no mienten. La lista de nombres es larga. Empieza con la amonestación que recibió Julio Cortés en la Copa del Mundo que ganó Pelé. Fue la única que vio Uruguay en sus dos primeros duelos de México 1970.

Después, en Alemania 1974, la cuenta aumentó. Contra Holanda y Bulgaria, vieron el color amarillo Walter Mantegazza, Pablo Forlán, Juan Masnik y Víctor Espárrago. En total, cuatro, las mismas que en México 1986: Víctor Diogo, Mario Saralegui, Miguel Bossio y Jorge Da Silva.

Una menos, con Tabárez en el banquillo, recibió en Italia 1990. Contra España y Bélgica, no se libraron José Perdomo, Enzo Francescoli y Rubén Sosa. Después, en Corea y Japón 2002, se llegaron a cinco con las que vieron Gustavo Méndez, Pablo García, Sebastián Abreu, Marcelo Romero y Darío Silva.

De nuevo en la era Tabárez, en Sudáfrica 2010, Uruguay vio dos cartulinas amarillas y una roja. Todo en un partido, el primero frente a Francia, en el que fue expulsado Nicolás Lodeiro y fueron amonestados Mauricio Victorino y Diego Lugano.

Y, hace cuatro años, en Brasil 2014, en el estreno ante Costa Rica fue expulsado Maxi Pereira con roja directa y Diego Lugano, Walter Gargano y Martín Cáceres recibieron una amarilla. A la lista se uniría Diego Godín con otra amonestación frente a Inglaterra. En total, cinco.

Desde que los árbitros pueden advertir a los jugadores, Uruguay ha visto en sus dos primeros partidos, 24 tarjetas amarillas entre México 1970 y Brasil 2014. Además, Nicolás Lodeiro fue expulsado por doble amonestación y Maxi Pereira con roja directa. La suma alcanza 27 tarjetas, de las que 12 las vio Uruguay cuando «el Maestro» estuvo en el banquillo.

Pero, de repente, todo ha cambiado. En el primer partido frente a Egipto, Tabárez alineó un centro del campo bisoño, con cuatro chavales con amor por el toque: De Arrascaeta, Vecino, Bentancur y Nández. Jugaron un fútbol control pero poco vertical inédito en Uruguay en los últimos tiempos.

Después, contra Arabia Saudí, entraron por De Arrascaeta y Nández Carlos Sánchez y el «Cebolla» Rodríguez, dos jugadores más eléctricos. Y, Uruguay, tampoco vio cartulinas pese a que intentó recuperar más verticalidad con un par de hombres más intensos.

Tal vez, el juego charrúa ha perdido fuerza en la búsqueda de otro estilo que todavía no ha definido. Y funciona. Ya está en octavos de final con dos victorias efectivas y poco vistosas. El «Maestro» experimenta con menos garra y, de momento, no ha fallado.

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