No me hagas pensar

Por Elio García /

 

Hace unos días intenté ver un clásico del cine. Lawrence de Arabia, una notable película estrenada en el año 1962. De todas formas, ya desde el inicio me costó entrar en clima. Es que comenzaron a aparecer en la pantalla los créditos mencionando actores, realizadores y una serie de datos que demoraban el inicio hasta convertirlo en algo insoportable. Lo mismo me sucede cada vez que enciendo una radio antigua a lámparas, la que al prenderla tarda varios segundos en captar la sintonía y ser audible.
Estas historias simples de la vida cotidiana, y el acceso a estos productos de otras épocas marcan una diferencia sustancial en su consumo, en el mundo de hoy, que impacta en el factor cultural: tiempo y su medida en nuestras rutinas.

Antes, la vida era sostenida por otros relojes, que al igual que hoy marcan la misma hora, pero el acceso a ella, desde una impronta de vida era distinta. La gente manejaba el tiempo de otra forma, se lo tomaba al mismo con tal vez, más lentitud y paciencia, si lo comparamos con el ahora. Las cosas no cambiaban sino a través de los años y había más certidumbre por el futuro de nuestras vidas. Si esto era bueno o malo, cada quien lo puede evaluar hoy a través de su vida y de la historia contemporánea.  Creo que todo tiene cosas positivas y también negativas.

Esta vorágine de imágenes, textos, consumo, vitalidad, intimidad, exposición; no sé adónde nos puede llevar y allí esta nuestro compromiso y desafío.

Antes había tiempo para conversar largo y tendido. Para comer e incluso dormir y trabajar. Nuestros abuelos deben haber pasado por etapas estresantes, pero creo que esa palabra ni existía, por lo menos en los ámbitos familiares.

Hoy,  desde la psicología nos dicen que no importa tanto la cantidad de tiempo sino la calidad del mismo. Sepan, mis amigos lectores, que uno de los objetivos de estas miradas es poner en desorden equilibrado las cosas que algunos pretenden ordenarnos desde afuera. Estoy en total desacuerdo con esta afirmación.

El Uruguay y el seno de la sociedad necesita también más cantidad de tiempo en otros asuntos vitales. En  cultivar el dialogo familiar, por citar un primer ejemplo, en tener más tiempo para estar con amigos, en incluir políticas de ocio desde el Estado, para construir espacios que desarrollen otras sensibilidades que no apunten tanto al sistema productivo, sino al desarrollo de las capacidades intelectuales a través del tiempo libre.

Trabajar a tiempo completo es nocivo. En nuestra cultura se lo identifica como un “guapo” aquel que trabaja desde las seis de la mañana hasta las diez de la noche. Y como un “haragán” al que suele dedicarle tiempo a otras prioridades, sin dejar de trabajar.

Por eso, las soluciones educativas hoy, incluso en un gobierno autodenominado “progresista”, vinculan al saber universitario con prioridad en el sector productivo. No se valora a partir de la necesidad vital del ser humano por ser mejor persona, por entregar su especialización a la sociedad en clave humana.

Hoy vivimos entonces para consumir. Trabajamos para producir. Ni el trabajo ni nuestras vidas parecerían estar pensadas para trascender como personas desde el valor responsable de una vida feliz, sencilla, placentera y disfrutable porque no comprometida también.

No tenemos tiempo para leer un libro. Muy poco para charlar de bueyes perdidos con nuestros hijos. Cortamos la transmisión hereditaria familiar al expulsar de nuestros hogares a los abuelos. Los nietos de hoy no escuchan historias de antes por parte de sus familiares más viejos en el dormitorio de su casa. La cocina ha perdido el gusto de hacerla desde las manos de un familiar con años. No se come sano, porque se come apurado y con ausencias en la mesa. No hay tiempo para elaborar la comida y peor aún no hay gente.

Y esto no es exclusivamente un problema político, ni psicológico, tal vez una realidad sociológica para identificarla con alguna disciplina terciaria. Estas cosas tienen que ver con el tiempo, nuestras prioridades, la importancia y el fundamento de nuestras vidas.

Nadie lo dice, porque es políticamente incorrecto sostener que también se pierde el tiempo solamente trabajando. Vivir para hacer dinero es un objetivo muy pobre y exclusivamente para consumir es algo cercano al vacío existencial. Se destruye la calidad del ser humano al involucrarlo casi únicamente para producir y se lo aleja de otras aventuras como la de pensar, soñar, imaginar, crear y vivir no para trabajar solamente, sino para tener armonía.

No se puede vivir exclusivamente para pagar cuotas.

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