Nunca me abandones

Por Elio García

Aquí en este país hay kilómetros y kilómetros de playa, así uno puede caminar y terminar incluso en otro departamento andando. Ha pasado muchas veces que niños se han perdido y sus familiares los han encontrado en otros balnearios lejanos.

Caminar por la costa es una actividad que no te lleva a ningún lado y sin embargo te conduce a cualquier lugar. Están los que caminando van conversando, los que van prendidos del celular y los eternos coleccionistas de caracoles o cucharitas de mar o río.

Es una curiosidad encontrar gente que se dedica a mirar otras cosas, ni la costa, ni el agua, se trata de libros.

Sí, conozco a alguien que acostumbra acercarse disimuladamente a esa persona que esta leyendo y descubrir el título de la obra.  Es que tal vez eso que te dicen principalmente los dietistas que «uno es lo que come», también resultaría para los lectores «uno es lo que lee».

Hace poco, en una de sus salidas para pescar lectores encontró a una joven leyendo atentamente un libro que de lejos ya era reconocible por su color amarillo de la Editorial Anagrama.

Acercarse para comprobar el título sin despertar sospechas extrañas en la lectora le llevó un par de minutos y bastantes rodeos por el lugar. En una de los intentos de cercanía pudo leer el título, se trataba de «Nunca me abandones» de Kazuo Ishiguro.

Después viene el trabajo de buscar el título en internet, mirar alguna crítica e incluso llegar al más extraño de los extremos que sería comprarlo y leerlo.

Es que la búsqueda apunta siempre a esos desconocidos lectores, en donde uno -curiosidad mediante- imagina qué hacen de sus vidas, quiénes son, de dónde vienen y por qué circunstancias eligieron ese libro. Hay una inquietud en conocer otras vidas, también queda el misterio para siempre, porque en definitiva uno conoce de esos seres anónimos algo tan íntimo como es el proceso de lectura. Es una manera de saber el interés de esa persona por algo, en este caso por un libro y una historia.

No hace mucho,  leí la experiencia de un escritor que al subir al Metro de Londres se encontró con una señora leyendo su novela. Se presentó y ofreció firmarle el libro. La pasajera lo reconoció de inmediato, pero le dijo que no era necesario y siguió leyendo el libro ignorando al mismo autor en persona.

Hay gente con otras sensibilidades. Por eso vale la pena rastrear que leen en la playa esos lectores de verano que con la lectura viajan sin saberlo mientras nosotros los miramos.

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