Las miradas de la conformidad

Detalle de foto de María Eugenia Castillo

Por Maximiliano García |

(*)  Texto del nuevo libro Prohibido el Acceso… (continuación del Artista y la Dama)

 

Después de la tormenta la calma, la calma antes de la tormenta. Las presiones, su presencia, sus curvas, los engaños sin decir toda la verdad.

 

La belleza pura bien escondida en el escudo del corazón, en la dura vida que alquila su cuerpo. La desesperación del artista que ve que nada es igual, mas sus abrazos desnudos entre los brazos de él son el único momento de calma en el estanque del alma. Ella ahora no puede querer, el esta desprotegido ante la tentación de volver a sentir. Casi cuatro años han pasado pensando que sería lo mismo, “El tiempo pasa” a veces desespera en las opiniones del mismo tiempo perdido.

 

“Ocúpate mas de ti que de mí” dijo ella… antes de desparramarlo, de darle un cross a la integridad de lo que el quiere, de lo egoístamente ciego que es al no escucharla a ella “No cambies las cosas para ser feliz tu, recuerda que no eres el único en el mundo que quiere ser feliz”. “Yo no quiero estar donde estoy, pero no te puedo cambiar, ni siquiera yo te puede cambiar”.

 

Las miradas de la conformidad, esas que a veces no podemos percibir, que se va como el agua entre las manos cuando las manos quedan apenas vacías y apenas frescas. “No hay peor ciego que el que no quiere ver” dice el refrán.

 

Las frecuentes intemperies descuidadas, inconcientes por lo que se sienten, por lo que no puede romper los grilletes de perder lo que nunca tuvimos, de lo que fueron solo oasis, descaros y luego nuevamente el andar ardido con el sol de frente pasando bocados sin gustos, actuaciones de la sobrevivencia donde ya no sabes cual es la veracidad. Donde el miedo viene y va como la marea dejando rastros llevando resacas, paseando las sensaciones animales ante las presiones que nos devoran formando las llamas que increpan a las locuras insondables del vaivén.

 

A los mensajes en la madrugada, en las mañanas que poco o nada han dormido cuando todo ha pasado, cuando cada uno parece equivocarse buscando al otro. Ni el tedio, ni las ocupadas noches son excusas del concebir de esa lágrima que no puede ser acariciada, que necesita algo real, una esperanza que embriague los desquicios de la desesperanza, los imposibles nuevamente de sus caminos, la terquedad, la última llamada por parte de ella a la una treinta en el comienzo del día de un jueves.

 

La oportunidad de él, el levantarse de la cama mientras lee un libro para ir a verla, la tensión de ambos, la placidez al verse, los besos, las dos cervezas, el desleal gramo con tan poco clorhidrato de cocaína, la paz de los ojos entrecruzados, sus besos, sus abrazos como cachorros.

 

Parecía que esos dos meses de separación nunca habían pasado sin verse, nunca lo creyeron, pero hay una pulseada de cuan puede ser el destino en la prioridad de cadenas, de una vagina bien puesta a someterse y someter los placeres atosigados dentro del poder del dinero, la escapatoria que es la cárcel del querer.

 

Algo que estaba firmado en el contrato ficticio de sus vicios, de su vicio por uno y otro donde se ha hundido la codicia, la prisa de las utopías que creen cambiar las marcas transitadas del calvario que cada uno a pasado, de los sellos y las mochilas cansadas de tales montañas donde se pierde la astucia de no querer ser la ultima vez, como si no se pudiera morir tantas vez antes de que el corazón deje de latir.

 

Los presagios de la barbarie como una condena para estar con él, el temer amar a alguien con quien no puede funcionar en este mundo de mentiras. En esa bohemia que nunca va dejar por ella, pues pecaría al son del sol, a la sospecha de caer en una noche sin luna, al romance con la propia luna la cual ella alguna vez sensible logro mimar.

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